«El gran vuelo terrible»: lo que revela sobre Felipe Camiroaga el nuevo libro del accidente del avión CASA C-212
La periodista Tania Tamayo reconstruye la historia del accidente en Juan Fernández, alejándose de lo mediático para investigar lo que no se dijo entonces.

Han pasado 11 años desde la tragedia de Juan Fernández, pero nuevos detalles salieron a la luz recientemente gracias al libro El gran vuelo terrible, escrito por la periodista Tania Tamayo Grez.
En su libro, Tamayo reconstruye la historia del accidente, alejándose de lo mediático para investigar lo que no se dijo entonces.
La periodista conversó con múltiples personajes que fueron parte de la historia, como pescadores, patrones de botes y buzos para «contar lo que no se ha contado».
A través de estos testimonios, El gran vuelo terrible «da cuenta de decisiones muy apresuradas de organizaciones del Estado, como la FACH”.
Pero además de relatar detalles no conocidos del accidente y el rescate, el libro también ahonda en descripciones de los pasajeros que se encontraban aquel día en el avión. Particularmente, el libro elabora un perfil del animador Felipe Camiroaga, una de las figuras más reconocibles que se encontraba en el avión CASA C-212.
A continuación te dejamos un pasaje del libro El gran vuelo terrible.
«A sus cuarenta y cuatro años, Camiroaga se había encariñado con los paisajes salvajes y con cada uno de los animales que allí habitan, al nivel de adaptar su vida a ello. Le fascinaban los chimpancés y los caballos; las gallinas y los halcones. Su pasión era la naturaleza. De manera coincidente, otro de sus sueños era buscar el tesoro mítico de la isla Juan Fernández. Había ido en su juventud con su amigo Juan Griffin para hacer negocios.
Las vueltas de la vida hicieron que fuera el padre de Juan, Carlos Griffin, quien vendiera los aviones Casa a la FACh, además de otras aeronaves que proveyó a las Fuerzas Armadas.
—Felipe era muy cariñoso y de jovencito era un comerciante, venía con el Juan y se quedaban en la hostería El Pangal, después salían y compraban una tracalá de langostas para llevar al continente. Nunca perdió la simpatía, era muy de piel, incluso después, cuando era famoso. A veces llegaba al aeródromo y me gritaba “Nano, te queremos”, y yo me moría de la risa. Cuando desapareció lloré como un cabro chico. Lloré mucho. Siempre estaba preocupado de nosotros, que cómo estábamos, si necesitábamos algo —cuenta el pescador artesanal y trabajador de ATA, Maximiliano Recabarren.
Desde los catorce años, Camiroaga hizo por lo menos cuatro viajes al archipiélago para vender equipos básicos de buceo o implementos de caza, entre otros productos de distinta categoría. En el mismo aeródromo del accidente también jugó a la pelota con los hijos de Maximiliano Recabarren. Lo recuerdan como un joven más».
El gran vuelo terrible ya está disponible en tiendas.
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