La otra emboscada en Avellaneda
La violencia ganó en el partido entre Independiente y la U, el pasado 20 de agosto. Hace medio siglo, en 1975, ocurrió otro episodio lamentable durante un duelo disputado entre el cuadro argentino y Unión Española.
Estadio La Doble Visera de Avellaneda
Gravísimos fueron los hechos de violencia que se registraron en el Estadio Libertadores de América, en Avellaneda, durante el partido de vuelta entre Independiente y Universidad de Chile por los octavos de final de la Copa Sudamericana, el pasado 20 de agosto.
Hace exacto medio siglo, en 1975, ocurrió otro episodio lamentable en el marco de un partido disputado entre el conjunto argentino y un equipo chileno.
Independiente y Unión Española disputaban el segundo partido de la final de la Copa Libertadores de 1975. El cuadro hispano necesitaba el empate para convertirse en el primer campeón chileno de este prestigioso torneo. Pero, el poderoso equipo argentino y factores externos lo impidieron.
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Para recrear aquella infausta noche, el periodista Felipe Risco Cataldo entrevistó a testigos y recurrió a archivos de la época. A continuación, la crónica aparecida el año pasado en su libro Partidos Gloriosos de Unión Española:
Hostil, adverso, beligerante, bélico. Así es el ambiente que sufre Unión Española en la capital transandina. En el estadio, los aficionados y funcionarios chilenos son insultados, amenazados y golpeados.
Para alentar a los rojos no solo viajan hinchas hispanos, sino también de otros clubes chilenos, conscientes de que es el país el que está cerquita de la gloria deportiva. Uno de ellos es el popular Jorge Yuraidini, carismático personaje conocido por animar desde las canchas al público antes de cada partido internacional importante, sobre todo de la Selección. Sus “ceacheí” pertenecen al inventario del balompié nacional. Empero, en Avellaneda le rompen su clásica corneta. Mismo destino corren los elementos de animación de la entrañable bandita de Magallanes, los cuales son destruidos por los alienados fanáticos de Independiente.
Ni siquiera existe respeto para con la delegación de Unión Española, como lo recuerda Santibáñez: “Estábamos concentrados en La Candela, el centro de entrenamiento de Boca Juniors, ubicado en Morón, cerca del aeropuerto, pero jugábamos en Avellaneda, por lo que había que atravesar todo Buenos Aires para llegar. Nuestro gerente Juan Facuse contrató un bus que debía arribar con anticipación para llevarnos al estadio. Sin embargo, había huelga de colectiveros y cuando venía el bus lo apedrearon y no llegó. El único auto que había en La Candela era el de Ubaldo Rattin, un Fito 147, mientras en la plaza de Morón había un paradero de taxis con un solo auto. Entonces mandamos a buscar ese vehículo y encargamos que los taxis que fueran llegando nos pasaran a buscar. Además, conseguimos a dos motoristas que nos decían: ‘Nosotros somos de aquí de Morón, no conocemos la Gran Capital’. Ja, ja, ja. El asunto es que igual partimos con los motoristas, pero en un momento dado uno partió pa’ allá y el otro pa’ otro lado. Llegamos faltando apenas diez minutos para el inicio del partido. Varios jugadores lloraban de impotencia por todo lo que había ocurrido, si hasta se perdieron en el viaje”.
La angustia no acaba ahí. Los taxistas dejan a los jugadores a una considerable distancia del vestuario. Por ello, en el tránsito a pie deben soportar todo tipo de agresiones. “El partido era a las nueve de la noche y entramos al estadio cinco minutos antes. Cuando caminábamos hacia los camarines, ¡el público no nos dejaba pasar! Sabiendo que estábamos en la hora, ¡se ponía adelante!”, rememora Abel Alonso.
Ante la inmediatez del compromiso, los jugadores deben alistarse rápido en el vestuario. A causa de la tensa previa, el Guatón revela que “entramos a la cancha idos, desconcentrados. De hecho, ¡nos hicieron el gol antes del minuto de juego!”. Alonso explica la apertura del marcador señalando que “los jugadores no se habían espabilado del taxi, de la rabia y de los nervios que habían pasado”.
Como se lee, la sucia estrategia del multicampeón rinde dividendos, siendo Percy Rojas quien se aprovecha de la situación para abrir la cuenta. “Los argentinos se manejaban muy bien con esas cosas raras que hacían”, se queja el Chino Arias.
A pesar del denso entorno, el cuadro chileno saca la fuerza interior que le caracteriza y comienza a desplegar el buen fútbol que se le conoce, haciéndose dueño de las acciones. Así, a los 14’, Spedaletti, un especialista en simular faltas, se deja caer en el área al sentir la presencia de Semenewicz. El osado árbitro uruguayo Ramón Barreto decreta penal, desatando la indignación del público y los infructuosos reclamos de los jugadores argentinos. Al minuto siguiente, Pancho Las Heras remata fuerte al medio y bate a García.
La hinchada de los Diablos Rojos no le perdona a Barreto el penal, por lo que, enfurecida, despide con proyectiles al cuerpo arbitral y un perno le llega al juez en pleno rostro, causándole una herida sangrante. Enojadísimo, el uruguayo da por terminado el partido, argumentando que no están dadas las condiciones para proseguir, y se marcha al camarín. Incrédulos, algunos futbolistas de Unión festejan tibiamente el título. Es la primera Copa Libertadores ganada por un club chileno. No obstante, la gloria solo dura unos minutos. La temeraria decisión del hombre de negro, como es predecible, traería consecuencias.
Algunas versiones sostienen que los dirigentes de Independiente persuaden a los árbitros a través de jugosos dólares. Otros afirman que en el vestuario de los jueces irrumpen sujetos con revólveres para obligarlos a continuar el encuentro. La visión de Santibáñez, relatada en su particular estilo, es la siguiente: “Aunque afirmaron que no regresaban, después vimos que a pata’ en la raja los subieron de vuelta. Corría el año 1975 y el Mundial en ese país era en 1978. Allá se vivía una efervescencia política, y si se suspendía una final de Copa Libertadores en Buenos Aires, Argentina perdía la sede del Mundial”.
Alonso desclasifica que “los dirigentes de Independiente me hicieron actuar a favor de ellos, para que no los suspendieran, porque el Mundial se iba a realizar en Argentina. Entonces yo mismo fui a hablar con el árbitro. Le hablé de la importancia de las relaciones entre Chile y Argentina y finalmente se siguió el partido”.
Según Machuca, “en camarines le hicieron cambiar la versión (a Barreto), por lo que volvió a dirigir y a los pocos minutos nos cobró un dudoso penal en contra”. Más que dudoso, es un invento, ya que nadie toca a Rojas en su remate a portería. Desconcertados, los jugadores de Unión reclaman, pero no hay caso. Es evidente que el pito ha salido con otra disposición para el complemento. A los doce minutos, el Chivo Pavoni lanza un zurdazo centralizado hacia la derecha. El balón da en el cuerpo de Vallejos, pero es tanta la potencia del disparo que termina inflando la red. Recordemos que el uruguayo tenía un misil en su botín izquierdo.
Raúl Hernán Leppé, para la revista Estadio, comenta que el árbitro “iba a sacar el partido, es claro que con la garantía del triunfo local, e iba a salvar su integridad. Comprensible su conducta desde un punto de vista humano, máxime si se trataba de una final de Copa en Avellaneda, que no puede sustraerse de su vieja tradición de barrio de guapos, de hombres de pelo en pecho y pistola en mano”.
El arbitraje alcanza ribetes de escándalo en los festejos de Independiente, cuando solo Barreto ve una mutua agresión entre Rojas y Soto, quien asevera que “fue una expulsión programada. Con el peruano ni nos tocamos. Un dirigente de Unión averiguó que el árbitro tenía que expulsar a dos por cómo estaban las cosas y era obvio que iba a echar a alguien importante dentro del esquema de Unión Española. Por eso no pude jugar la definición”. En otras palabras, con ambas tarjetas rojas se asegura que el cuadro chileno no cuente con su mejor carta para la definición y que Independiente lamente la baja de un destacado futbolista, mas no irremplazable como el chileno. Además, el central estaba realizando un excelente partido. Minutos después, para cubrir su plaza, el Guatón hace ingresar al zaguero Mario Maldonado por el mediocampista Las Heras. Y luego, Trujillo sustituye a un extenuado Véliz, que pese a su frágil salud realizó una interesante presentación.
Cuando el tercer duelo se asume como un hecho, el cuadro visitante hilvana una bonita jugada y el balón queda en los pies del héroe de innumerables jornadas. Es la última oportunidad que poseen Unión y Chile de soñar con su primera vuelta olímpica continental. “Ahumada, que era muy certero frente al arco, quedó a seis u ocho pasos del pórtico, mano a mano con Perico Pérez, quien sacó la pelota con el pie. Si empatábamos éramos campeones. Quedaban apenas ocho minutos”, se lamenta Santibáñez.
Lo propio hace Alonso: “Nadie se explicó, y todavía creo que él mismo sigue sin explicarse, ¡cómo no pateó al arco! Estaba solo-solo-solo, hasta que llegó uno y le sacó la pelota. Cosas del fútbol”. La revista Estadio describe con detalles aquella malograda jugada: “La multitud se queda muda de asombro y de miedo cuando el Flaco (Spedaletti) mete el taquito entre dos defensores rojos y llega Ahumada a la recepción. Sergio se demora, permite que lo toquen desde atrás y lo desequilibren, y cuando se resuelve a tirar, ya hace rato que Perico Pérez le ha cerrado el ángulo, provocando el rebote de la pelota en su cuerpo y el despeje ulterior de la defensa. Ahí estaba la copa, el título de campeón de América”.
La felina reacción de Pérez, que en estricto rigor atajó en doble instancia, levanta al público y a sus compañeros, que retoman el control de las acciones y el protagonismo que Santibáñez se negó a asumir. Así, dos minutos después, el genio Bochini ingresa al área y toca atrás a un destapado Daniel Bertoni, quien la acomoda y lanza un fuerte derechazo abajo, al rincón de Vallejos, que la alcanza a manotear, mas no a sacar. Es el 3-1 final, para alivio de los violentos fanáticos de los Diablos Rojos y del árbitro uruguayo.
En Avellaneda, como en tantas noches de gloria, emergieron las estrellas de Independiente. Bochini fue el conductor de lujo, Ruiz Moreno se asoció de notable manera al juego colectivo, Percy Rojas resultó clave y Bertoni se transformó en la figura de la noche. Si en la capital de Chile Machuca le había ganado el duelo al veinteañero crack, en Buenos Aires ocurrió exactamente lo contrario. El extremo izquierdo complicó con su movilidad, potencia, paredes y finos toques.
Con esta triste derrota culminaba uno de los partidos más hostiles que ha sufrido el fútbol chileno en el extranjero. Y eso que la lista es larga…