• 27 DIC 2025

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¿Amas a los animales pero comes asado? La psicología explica la “paradoja de la carne” que vive en tu cerebro

Expertos analizan la disonancia cognitiva que permite a las personas preocuparse por el bienestar animal mientras consumen sus derivados sin culpa.

¿Amas a los animales pero comes asado? La psicología explica la “paradoja de la carne” que vive en tu cerebro / bernardbodo

Es una contradicción que habita en la mayoría de los hogares: personas que se consideran amantes de los animales, que miman a sus mascotas y se indignan ante el maltrato, pero que diariamente consumen carne sin experimentar un conflicto moral aparente. Este fenómeno psicológico, denominado por los expertos como la “paradoja de la carne”, es el foco de un reciente análisis de la BBC que explora cómo nuestro cerebro gestiona esta tensión.

Según explica el reporte, la paradoja surge del conflicto entre dos valores opuestos: la empatía hacia los seres vivos y el placer o hábito de comer carne. Para resolver esta tensión, la mente humana recurre a la disonancia cognitiva, un mecanismo que nos permite mantener creencias y comportamientos contradictorios sin sufrir estrés psicológico constante.

Estrategias de desconexión

Los psicólogos señalan que utilizamos diversas “estrategias mentales” para blindarnos de la realidad del plato. La más común es la disociación: separamos conceptualmente la “carne” (el producto, el ingrediente) del “animal” (el ser vivo).

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Esta separación se ve reforzada por la industria alimentaria moderna. La carne se presenta en bandejas de poliestireno, limpia, troceada y sin rostros ni ojos, eliminando cualquier recordatorio visual del animal original. Además, el lenguaje juega un papel crucial: utilizamos términos culinarios que disfrazan el origen (en muchos idiomas se usan palabras distintas para el animal vivo y su carne) para crear una distancia emocional.

Negación de la mente animal

Otra estrategia clave identificada en las investigaciones es la negación de la capacidad mental. Estudios citados sugieren que, cuando las personas se disponen a comer carne, tienden a atribuir una menor capacidad de sufrimiento o inteligencia a los animales de granja (como vacas o cerdos) en comparación con las mascotas (como perros o gatos). Al rebajar el estatus moral del animal de consumo, el acto de comerlo se vuelve psicológicamente aceptable.

El artículo concluye que esta paradoja no es un acto de hipocresía consciente, sino un complejo mecanismo de defensa social y psicológico que nos permite navegar una realidad incómoda: disfrutar del sabor de la carne mientras mantenemos nuestra autoimagen como personas compasivas.

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