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Acordes directo al mentón: Angelo Pierattini y una noche de “Rock cebolla”

Dos noches para conmemorar 30 años de carrera. Así se planteó Angelo Pierattini sus presentaciones en la sala Master. Una jornada para su ex banda Weichafe, y otro para su etapa solista.

Acordes directo al mentón:  Angelo Pierattini y una noche de “Rock cebolla”

Santiago

Vestido de boxeador, Angelo Pierattini entró al escenario con una iluminación focalizada que evocaba un ring. El show se abrió con “No voy a cambiar”, canción de su último disco, estableciendo desde el inicio un tono confesional y directo. Esta fue la tónica del concierto, un setlist “a la vena” con canciones escogidas con pinzas.

Rápidamente conectamos con el rock, y con su último trabajo, pero también con canciones de discos anteriores que son piezas estructurales dentro de un repertorio basto. “Ella y yo” del disco “Baila Dios” en donde colaboró en voces ni más ni menos que Alain Johannes encendió el ambiente rápidamente. Habían pasado cerca de quince minutos del show y ya quedaba claro que el recorrido sería diverso y especial.

La selección de canciones fue particularmente generosa, estaban quizás las composiciones más emblemáticas de su etapa solista. Pero, también otras que son más bien de una veta inspiracional, como el guiño a Juan Gabriel con “Así fue”, que fue coreada por el público en medio de una escena sobria pero cargada de intención.

Esta sección de canciones de otros artistas daba cuenta del sentido del show: “Rock Cebolla”. Y sí, es quizás una mezcla poco ortodoxa, pero el maridaje resulta perfecto cuando por ejemplo se suman canciones como “Y volveré” de Los Ángeles Negros y “Otra como tú” de Eros Ramazzotti. Esta última canción hay que decir que el solo de guitarra fue ejecutado “a la pata”, con tapping y la cápsula del cuello de la guitarra. Dicho sea de paso, así es como debe sonar un solo en una stratocaster, con medios, con cuerpo, con emoción.

Es importante destacar que el sonido de la banda fue sólido, preciso, con fiato, y se notaba que cada canción tenía “sentido y razón”. Destaca Pablo Jara en la guitarra, con una digitación precisa, clara, al hueso, riffs con palm mute en un sonido limpio muy sesentero al estilo de Oscar Arriagada. Diego Peralta en el bajo, uno de los multi-instrumentistas y productores jóvenes más prolíficos de la escena actual. Felipe “Ganso” Silva en teclados, un fiel escudero de Pierattini, un hermano de su ruta. Dominga Corral en el acordeón, notable, con elegancia y sobriedad marcó un matiz clave en cada canción. Punto aparte por su melosa voz, un detalle imprescindible en cada armonía de coros; un lujo. Y en batería, Felipe Salas, muy al estilo de Ringo Starr, cada golpe con un motivo, certero, nada de más.

El show corría emotivamente pasando por canciones que finalmente son parte de una vida, o quizás de muchas, incluidas las necesarias muertes para ir renaciendo y conectando con nuevas etapas. Aunque, siempre sabiendo cuál fue el origen del camino. “Pasarita” por ejemplo, fue dedicada por Angelo, a su madre, y de paso, a todas las madres, o a esas personas que por uno u otro motivo fueron o son pilares en cada familia o historia personal.

Uno de los momentos más sensibles llegó con “Lo que no pudo ser”, de José Ángel Pellés y Sandro. Acá es menester destacar a Pablo Jara en guitarra, con la electroacústica presentó credenciales a un nivel mayor. Además, cada verso de la canción marcó un momento especial para quienes no la conocían, y descubrieron aquí una perla de selección.

A esta altura del show la carga emocional era alta, pasamos por “Las cosas simples” de Weichafe, interpretada con guitarra y voz por Angelo Pierattini. Un momento de comunión, el solo se hizo con el soporte de las palmas del público, en este punto, todos éramos la banda. Al estilo de un acto litúrgico gospel, la comunión era total.

Poco más adelante fue el turno de una sentida versión de “Si no te hubieras ido” de Marco Antonio Solís. Después “Chica de humo” de Emmanuel, aquí para los guitarreros hubo un momento especial. Se produjo un duelo de guitarras entre Pierattini y Jara, en Stratocaster y Telecaster respectivamente. Una master class de versatilidad y oficio.

La banda y el show sumó nuevas capas cuando Diego Hormazábal subió a la batería para hacer “Qué simple vibra nuestro amor”, tema de la época de Fuego en los Andes. Aquí el público de pie hizo el coro con voz y corazón. Una armonía estuvo presente desde el comienzo.

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Más adelante, “Amor por mi condena” destacó por su delicado arreglo, con un trabajo fino de guitarras y un coro cuidado que reforzó el carácter introspectivo y profundo de la letra.

En la recta final, “Carita de gato” trajo complicidad, con un lick improvisado por Angelo en la introducción que hizo sonreír a Peralta en el bajo. Estos detalles demuestran que las bandas son más que bandas, son una conexión profunda entre personas que aman lo que hacen. En este caso, la música.

Dominga Corral brilló en el solo de “Soy un aprendiz”, aportando talento y elegancia desde el acordeón, en uno de los momentos más celebrados de la noche. Y es que su presencia destaca dentro del escenario, cada nota comunicaba y emocionaba.

El cierre llegó con “Menta, miel y sangra”, dejando la sensación de que el concierto pudo haber seguido un poco más. Con esta segunda noche en Sala Master, Angelo Pierattini no solo confirmó la solidez de su proyecto solista, sino también su capacidad para dialogar con su historia, sus influencias y su público, sin necesidad de nostalgia, desde un presente creativo plenamente vigente.

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