El profesor chileno que ganó el ‘Nobel’ de educación con su banda de rock diferencial: “Somos nosotros quienes discapacitamos a las personas”
Empezó como un juego en los recreos y terminó ganando el Global Teacher Prize 2025. Esta es la increíble historia de Luis Felipe Soto, el profesor que transformó una escuela diferencial de Santiago a puro rock y hoy es un modelo del aprendizaje en Chile.

Foto: Cristóbal Álvarez Rivas.
“Cuando los chiquillos están en el escenario y están tocando, la discapacidad visualmente desaparece. No existe”. Así resume Luis Felipe Soto Ramírez (38) lo que pasa cada vez que la Banda de Rock JSC se para frente al público. Le gusta que lo llamen por su nombre completo, dice que así honra a su madre. Está sentado en un pupitre de su sala en la escuela diferencial Juan Sandoval Carrasco, donde todo es música: lleva puesto un delantal con notas musicales bordadas por él mismo y unos calcetines que repiten la misma simbología.
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“En esta sala todo se puede”, dice a ADN.cl. No habla de metáforas ni de un discurso motivacional. Convirtió los recreos de un puñado de alumnos en ensayos casi profesionales. Se toman tan en serio la música que a Soto lo llevó a ganar el Global Teacher Prize 2025 en educación musical, el galardón que premia a lo mejor de la educación nacional, conocido como el “Nobel de la Enseñanza”.
Luis Felipe es profesor, pero antes fue soldador: trabajó cuatro años en la industria metalmecánica. Sin embargo, la música lo empujó a entrar a la universidad, a titularse, y más tarde a estudiar educación diferencial, donde pudo mezclar las partituras y la discapacidad en un mismo plan de trabajo. “La educación y la música me fueron transformando a mí como persona, y después eso mismo yo lo fui replicando en otras personas”, dice, desde una pequeña sala adaptada llena de instrumentos que les han donado.
“Nunca imaginé que lo que empezamos por puro entusiasmo iba a transformarse en una banda que toca en colegios, universidades y en festivales. Mucho menos que los apoderados y los estudiantes me fueran a reconocer como ‘nuestro profe… el profe que ganó el Global Teacher’”, cuenta.

Foto: Cristóbal Álvarez Rivas.
La banda que nació en el patio
La historia de la banda no parte como un proyecto institucional ni con una planificación curricular escolar. Todo parte con un alumno que esperaba al profe, todos los días de la semana, a las siete y media de la mañana, con una guitarra en la mano. “El escenario que todo profe de música sueña”, bromea, aunque no del todo en broma.
Fue Rodrigo Astroza, exalumno del colegio, fanático de Los Prisioneros, y actual guitarrista de la banda, uno de los primeros en acercarse al profesor. Tiene un sueño: tocar en el Festival de Viña del Mar. “Yo llegaba temprano y él ya estaba acá desde las 7 y media, y yo lo veía con la guitarra haciendo punteos”, cuenta Luis Felipe. El trato fue simple: si él estaba dispuesto a llegar antes que todos para tocar, el profe se quedaría a acompañarlo. Y así fue, jamás se separaron. “Ahora es mi amigo. Me llama todos los días para saber como estoy”, cuenta.
Tras esos primeros encuentros, vino la pandemia, las clases remotas, las sesiones por pantalla donde “soñaban” con formar una banda cuando volvieran a la presencialidad. “En 2022 empezamos a tocar ya en serio. En junio nos entregaron esta sala y por fin pudimos ensayar aquí. Antes de eso nos juntábamos en el patio, en las bancas, porque después de la pandemia tuvieron que acomodar salas y nosotros quedamos al último”, cuenta.
Con un par de alumnos que se sumaron, ese mismo año postularon a un estival en el Museo de Violeta Parra con dos canciones grabadas a la rápida. No ganaron, pero les dieron un premio inesperado: “Nos llaman por teléfono y nos dicen ‘te llamo don Luis Felipe porque ustedes no ganaron, pero sí queremos reconocerlos con mención honor. ¿Qué necesitan?’. Y de ahí llegó el parlante, es decir, el amplificador en naranjo”.
El profesor cuenta que ese premio fue la señal de que lo que hacían no era solo un juego de recreo, sino un proyecto que podía salir al mundo. Empezaron a tocar fuera del colegio, en otras escuelas, y cada salida tenía nombre propio: “Salíamos de repente y cuando nos venían a buscar en los furgones para llevarnos, decíamos jugando ‘nos vamos de gira, nos vamos de gira’. Y la palabra gira empezó a pegar”, recuerda. Desde entonces no han parado con su ya conocida “Gira por la Inclusión”.
“La gira busca visibilizar el talento de las personas que tienen discapacidad intelectual y del desarrollo y concientizar a la población de que las cosas cuando uno se las propone, metódicamente, son posibles”, explica. Y agrega una idea que repite constantemente: “La discapacidad está en la calle, está en el ambiente, está en el contexto, las personas discapacitamos a las personas, a veces no nos damos cuenta”.

Foto: Cristóbal Álvarez Rivas.
El rock en las venas
En la banda son todos músicos con historias particulares, diagnósticos y talentos específicos. “Los alumnos encontraron en esa sala un lugar donde nadie queda fuera, todos pueden aprender. Si quiere venir, que venga”, dice el profesor.
Catalina Cayo, por ejemplo, es sorda y es la segunda baterista y percusionista. Llegó porque el profe la veía bailar en el patio y la invitó a “explorar con los instrumentos”. Se quedó. Ella misma explica que aprendió a sentir el pulso a través de las vibraciones que llegan a su cuerpo y de la señal de Luis Felipe cuando él cuenta “uno, dos, tres”.
“Cuando estoy tocando la batería, siento una vibración. Estoy atenta a todo. Me siento demasiado emocionada y fuerte. (…) Yo soy sorda y puedo, soy valiente. Y voy sintiendo todo, y mientras la gente me va mirando, yo pienso: soy sorda y famosa”, señala Cataoina a través de Natalia, la intérprete de señas de la banda, quien traduce cada una de sus respuestas.
Natalia Valdés es la voz principal del grupo, canta con gran pasión y talento. Tiene una memoria que impresiona. Ella misma lo cuenta con naturalidad. “Cuando no ensayamos tanto se me olvidaban las letras. Y después me acuerdo: intento una, otra, y ahí me sale. Cuando salimos de vacaciones siempre se me olvidan las letras. Y entonces yo me pongo a acordar, a cantar y ahí me acuerdo”, dice.
Juan Pablo Valle, es pianista y, en cambio, llegó casi por accidente. Al principio solo se sentaba a escuchar, a tomar desayuno en la sala mientras el resto tocaba. Hasta que un día el profe le preguntó si quería probar el piano. “Se sienta en el piano y empezó a tocar todo”, recuerda Luis Felipe. Desde ahí se volvió el pianista de la banda: “Prácticamente, yo a él le digo ‘esto hay que tocar’ y él se pone en el piano y se prepara y trata de sacar las cosas por su propia cuenta. Muy pocas veces en las que yo lo corrijo”.
Fernando Paredero, por su parte, es baterista y bajista. Viene de otra escuela donde había música, pero no batería. Cuando llegó, pasaba directo al instrumento sin saludar. “Dije ya, hay que aprovechar toda esta energía, todo este potencial. Al principio casi me rompía la batería de tan fuerte que le pegaba”, cuenta el profe. Hoy Fernando habla con máxima seguridad, dice que le gusta “entrenar el cerebro” y superarse todos los días.
El profe que se quedó en los recreos
Todo eso terminó escrito en un formulario. Luis Felipe había intentado antes postular al Global Teacher Prize Chile, pero nunca alcanzaba a terminar la postulación. Esta vez tenía algo más que buenas intenciones.
“Este es un espacio transformador”, resume. Se define como “facilitador de aprendizaje” y no como el protagonista del cambio. “Ellos me contagiaron su pasión, su entusiasmo. Persiguiendo el sueño de ellos, me fui dando cuenta de que estaba cumpliendo mi propio sueño también”, reconoce.
“Ya no está Rodrigo, pero yo llego todos los días aquí a las siete y cuarto, siete y veinte. Toco violín, llego a practicar mi instrumento y espero. Ya no hay un Rodrigo, pero sí llegan los chiquillos en el otro recreo, y ahí nos juntamos. Me van a buscar. El sueño está latente siempre”, dice y cuenta que siempre aparece alguien a tocar la puerta para pedir un espacio en la sala de música.
Luis Felipe lo tiene claro, dice que la banda no nació de un plan, sino de algo que él describe, simplemente, como algo orgánico. “Nace desde el interés y los gustos de cada uno, y uno como docente en querer facilitar el proceso y cumplir sus sueños”, reflexiona y aseguro que el resto —los ensayos, las presentaciones y todo lo que vino después— partió por una simple decisión: un día no se fue a tomar café en el recreo y abrió la sala para que sus alumnos empezaran a tocar.

Foto: Cristóbal Álvarez Rivas.

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