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Amor a la Catalán: Clasicismo y verdad en tiempos de superseries

La nueva propuesta dramática de Canal 13 se aleja del afán de innovar, pero apela a convenciones clásicas de las teleseries pero incorporando elementos que la hacen más fresca.

Amor a la Catalán: Clasicismo y verdad en tiempos de superseries
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Canal 13 se las arregló para darle pantalla a Amor a la Catalán su nueva teleserie nocturna (exteleserie de las 20:00 hrs., movida de forma repentina a la noche para amortiguar los resultados de Río Oscuro) con nada menos que tres estrenos: uno el sábado y dos el domingo, aprovechando la locura programática de los partidos finales de Copa América.

Y eso, que podría ser un detalle, tiene mucho que ver con el espíritu de esta producción. Después de que la segunda nocturna hecha en conjunto por la estación y la productora AGTV –de trama confusa, con cierta inclinación al morbo y ampulosamente rotulada como "súper serie"-, no alcanzara el piso de rating ni el éxito de crítica de su antecesora, Pacto de Sangre, el canal tuvo que tomar cartas en el asunto y transformar en nocturna una producción que estaba destinada para el clásico, familiar y convencional horario de las 8 de la noche. El mismo horario donde Vicente Sabatini, creador de esta nueva propuesta, instaló lo mejor de su filmografía televisiva.

Aún no sabemos qué resultados traerá esa arriesgada apuesta, pero es por eso que a Amor a la Catalán no se le puede exigir tanto riesgo, innovación ni audacia. Ni siquiera una trama adulta, tal como el horario prime la entiende. Se trata de un molde clásico, pero tan bien hecho que no molesta, que divierte y que no pretende ir más allá. Aunque curiosamente, lo logra, al retratar una clase media-baja que, aun coqueteando con el estereotipo y con el gag noventero sin mucha sustancia, con diálogos precisos y actuaciones superiores al promedio, logra evadir el cliché de trazo grueso y convertirse en un relato de época con atisbos de verdad.

ADN

Como la forma en que la pareja romántica protagónica, Dafne (Daniela Ramírez) y Rafael (Matías Assler) crean intimidad tras conocerse: luego de un inverosímil rescate de un robo en auto, se van a recorrer la comuna de San Miguel comiendo papas fritas, tomando cerveza y escapando de la ley, tirándose indirectas donde la que lleva la batuta, en todo momento, es ella.

Después vendrá lo que ya sabíamos hasta el hartazgo luego de la insistencia publicitaria: ambos descubrirán que son hermanos, hijos de dos familias y dos madres –una elegante y otra popular- que mantenía el empresario panadero Fernando Catalán (Cristián Campos). Patriarca que muere repentinamente dejando a una viuda (Tamara Acosta) más desconsolada que la otra, que compensa con el impacto de no saberse la única (Catalina Guerra).

Ambas protagonizan el momento más desopilante del capítulo estreno: un funeral cantado a viva voz con una canción de Marco Antonio Solís, un mexicano tan querido por ciertos sectores locales que a estas alturas ya califica de chileno. Y ambas viudas, al parecer, quedarán unidas por el fiel escudero de Catalán, Primitivo (Álvaro Espinoza tocando una tecla cómica sorprendente tras su intenso villano de Pacto de sangre), que parece ocultar más de lo que dice.

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Una trama que no tiene nada de novedoso y que incluso recuerda peligrosamente a clásicos del género como Rompecorazón (que dirigió el propio Sabatini en TVN, en 1994). Producción basada en una teleserie brasileña del afamado autor Cassiano Gabus Mendes, detalle que la emparenta doblemente con este nuevo estreno: uno de sus asesores de guión es el brasileño Lauro César Muniz (autor, entre otras, de la recordada Trampas y caretas). 

Es quizás ahí donde se explica tanto respeto por los códigos tradicionales del género que, sin intentar reinventar la rueda, ni emular a una serie de Netflix, ni impactar desde el golpe de efecto tan constante que termina volviéndose banal, están ahí para funcionar y brillar, ya no haciendo la misma telenovela de hace 20 o 30 años atrás, sino afirmándose en pequeños detalles que permitan que, como en los mejores títulos de antaño y sin su presupuesto para exóticos parajes, que un país se pueda reflejar en una teleserie de la tarde. O de la noche, qué mas da.

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