Opinión / BIOS de Gustavo Cerati: Uno como usted
El documental, entrega final de la serie de National Geographic, se da permiso para mostrar facetas menos idealizadas del fallecido líder de Soda Stereo.

Este domingo 25, a las 22:00 hrs., National Geographic cierra «Bios», su ciclo de biografías de famosos rockeros de habla hispana, con un recorrido por la infancia, las ansias de crecimiento artístico, el hastío, la necesidad de romper con sus inicios y crecer en solitario y, por último, el doloroso final del músico argentino Gustavo Cerati.
En esta bio, la chilena Javiera Mena cumple, atenta y con un perfil muy discreto, el rol de cronista de los recuerdos de familiares, compañeros de banda, amigos músicos y hasta una ex novia de juventud, recorriendo desde las casas y departamentos donde vivió, pasando por los primeros lugares donde se presentó, hasta la forma en que una ciudad, la ciudad de la furia, lo venera hasta el día de hoy. Todo mezclado con grabaciones familiares privadas y material de archivo de sus primeras presentaciones junto a Soda Stereo, llegando a su despegue como solista a fines de la década de los 90.

A diferencia de su episodio estreno, donde Julieta Venegas cumplió ese mismo rol con un Charly García siempre lúcido y pícaro, pero mostrándose como un sobreviviente de sí mismo –además de ser humano nacido para ser alabado por las masas-, este capítulo intenta, sin perder esa veneración tan argentina por el ídolo criollo, mostrar a un Cerati con defectos y virtudes.
Puede verse cómo muchas veces fue presa de su ansiedad, al punto de querer abandonar la banda en el peak de su éxito. Un adicto al cigarrillo capaz de exigir ganar más que sus compañeros de banda como condición para el reencuentro. Un ser humano en toda su dimensión.
Porque, si Charly fue el niño prodigio de oído absoluto al que un país entero fue capaz de tolerarle cada excentricidad hasta verlo hoy rehabilitado y convertido en una especie de abuelo tierno que le pasa plata a escondidas a sus nietos, Cerati fue el tipo normal, de padres querendones y vida de barrio, que pasó de estudiar publicidad y enfrentar los primeros pasos artísticos muy preocupado de su peinado (esos raros peinados nuevos) a volverse una estrella continental a la que, pese a todo, «le costaba inventar las letras de sus canciones».

Todo eso era el protagonista de esta entrega de BIOS, al mismo tiempo que un padre de familia cariñoso y preocupado por registrar cada gracia de sus hijos Benito y Lisa, hoy veinteañeros, en un muy noventero VHS. De hecho, en el documental también son sus hijos, junto con su encantadora madre Lilian (la secuencia donde cuenta la archiconocida historia de «Té para tres» es emocionalmente devastadora), su hermana Laura y su sobrina regalona Guadalupe, quienes, en el hogar de infancia y en un muy argentino almuerzo dominguero centrado en el recuerdo de ese Gustavo que ya no está, muestran que un chico de barrio, con la suficiente energía y actitud, puede convertirse en un rockstar.
Es que si algo unió a Charly y Cerati, además de esa condición, es su determinación por convertirse en lo que son. Uno logró ser un clásico y llegar a viejo siendo capaz de reírse de sí mismo y de cualquier mito que quieran construir alrededor suyo. El otro –aunque el documental, si bien lo sugiere, tiene la delicadeza de omitirlo- terminó sus días presa de sí mismo. Lo que vuelve humano a cualquier ídolo.
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