Luces y sombras del debut en Chile de la Sinfónica de Jerusalén
El conjunto israelí se presentó en el Teatro Municipal de Las Condes como parte de la temporada de Fundación Beethoven.
Álvaro Gallegos
Luego de tantas visitas a Chile de la Orquesta Filarmónica de Israel, seis en veinte años para ser exactos, ya era hora que pudiésemos ver a la otra orquesta de renombre del estado de Medio Oriente. La Orquesta Sinfónica de Jerusalén hizo su debut en el país como parte de su gira sudamericana, recayendo en el Teatro Municipal de Las Condes al alero de la Temporada Internacional de Fundación Beethoven.
Fue una visita altamente anticipada, que a la postre generó la más entusiasta respuesta de gran parte del numeroso público asistente, pero que analizada con más detención, deja algunas dudas. De partida, un punto que se agradece: mientras la Filarmónica de Israel solo en su primera visita (1997) nos entregó música de un compositor israelí, la Jerusalén abrió su programa con un fragmento del poema sinfónico ‘Emek’ de Marc Lavry (1903-1967), uno de los primeros compositores del estado que este año cumple siete décadas. El extracto es la estilización de una horah hebrea, y si bien refleja la música tradicional de Israel, se notó liviana y superflua escuchada por si misma. Más interesante habría sido escuchar la obra completa, para tener todo el contexto, y además captar más cabalmente el lenguaje del compositor.
La tradición canónica llegó con Tchaikovsky y el siempre querido Concierto para Violín Op.35. El solista, Itamar Zorman, de quien el programa no entregaba mayores datos, se mostró mayormente correcto, aunque su afinación se diluyó en el primer movimiento y en las partes de mayor virtuosismo no se arriesgó lo suficiente. La orquesta se notó más bien discreta, aunque tuvo su mejor momento en la Canzonetta central. Zorman fue más certero en su bis, el Largo de la Sonata en Do de Bach, con un delicioso tono y más sensibilidad en sus fraseos.
El plato de fondo era el adecuado para realmente aquilatar el trabajo de la orquesta y su director, el argentino-israelí Yeruham Scharovsky. Este consistió de la robusta Primera Sinfonía de Brahms, joya imperecedera a la cual nos exponemos siempre gracias a las orquestas chilenas y las que nos visitan del extranjero. El resultado total fue de luces y sombras.
La orquesta es disciplinada, virtuosa en sus vientos, pero tropiezos hubo, y más de lo que se podría esperar. Entradas desunidas, desbalances de volumen, y la caída de una válvula del primer corno en un quieto momento de cuerdas en el último movimiento, fueron algunos casos. Scharovsky tuvo aciertos en su enfoque al sacar a relucir detalles de la escritura, manejando las dinámicas para apreciar aquellos recovecos que no siempre quedan en evidencia, pero al mismo tiempo fue inconsistente en sus tiempos. Restando esas asperezas, hubo momentos de notoria finura orquestal, y tal como en Tchaikovsky, la agrupación dejó ver su mejor rostro en los segmentos lentos.
Como despedida, la orquesta navegó en aguas populares, con una canción popular muy querida para la gente de Israel, más una milonga argentina, regalos que multiplicaron el entusiasmo de los presentes.