«El Cristo de Elqui» llegó a hacer historia
La ópera de Miguel Farías, inspirada en Rivera Letelier y con libreto de Alberto Mayol, no ha dejado indiferente a nadie en el Municipal de Santiago.

Por Álvaro Gallegos
El hecho que se programara ya marcaba un hito para la ópera chilena. “Viento Blanco” de Sebastián Errázuriz se estrenó en el Municipal hace una década, pero fuera de temporada, y la versión operática de “Fulgor y Muerta de Joaquín Murieta” de Ortega se presentó dentro de las seis oficiales del año en 2003, pero su estreno había sido también como título “extra” en 1998. Pero ahora fue el turno de un nuevo título nacional como estreno absoluto dentro del abono del año, una verdadera apuesta de Frédéric Chambert, director del céntrico recinto, por “El Cristo de Elqui” del compositor Miguel Farías, basada en dos novelas de Hernán Rivera Letelier y con libreto firmado por el sociólogo Alberto Mayol.
Farías (nacido en 1983) es un nombre consolidado. La OSNCH le tocó una pieza el año pasado, y no es nuevo en la lírica, pues ya venía con la experiencia de la premiada “Renca, París y Liendres” en 2012. Y para quienes no siguen lo que pasa con la música actual, estaba el imaginario de Rivera Letelier, con sus personajes, como gancho especial. Vaya que ha sido comentado este estreno, y las observaciones han tendido a ser positivas, con reparos hacia el libreto. En efecto, este es deficiente. Adolece de falta de ilación dramática, una dramaturgia ingenua y líneas de diálogo que no convencen de todo.
Lo anterior no es mayor problema ya que en una ópera lo más importante la música. Piénsese en todas las óperas establecidas y favoritas del público cuyos libretos, vistos por sí mismos, son de una pobreza abrumadora. La partitura de esta obra es, sin duda, de alto valor. Se nota la experticia acumulada de Farías, quien le saca partido a uno de sus mayores fuertes, el sentido del color, y su tremenda capacidad de orquestación. Y tal como en “Renca”, es capaz de absorber dentro de su contemporaneidad musical, recursos de la música popular, transfigurados artísticamente, como un “folklore imaginario”, recordando a Alberto Ginastera.

Autora: Marcela González Guillén
Ecos distantes de Prokofiev o de Péter Eötvös, no ensombrecen su lenguaje particular, el mismo que se ha escuchado en las distintas salas de concierto del país. En el tratamiento vocal, le otorga un material bien definido a cada uno de los personajes principales, ensalzando la obra como una experiencia auditiva llena de relieves. Y muy logrados, por lo demás, ciertos pasajes donde Farías se nutre del jazz. Todas las riquezas de esta música sonaron magistralmente en manos de la Orquesta Filarmónica de Santiago bajo la estupenda dirección de Pedro-Pablo Prudencio.
En cuanto a la puesta en escena, esta es tratada con la mayor seriedad, bajo la guía del artista argentino Jorge Lavelli, quien supo solucionar y resolver de mejor manera las falencias del libreto, al mismo tiempo que creó un marco que nos lleva a aquella colorida pampa revelada en los relatos de Rivera, secundado por los diseños escenográficos de Ricardo Sánchez y el vestuario de Graciela Galán.
Este universo estético, donde chocan cordura e insanidad mental, fue animado por un reparto conformado por buena parte del mejor talento vocal chileno. El siempre versátil Patricio Sabaté es el protagonista, el mentado Cristo de Elqui, en una interpretación a su altura. Evelyn Ramírez como la Reina Isabel sorprende con una bien integrada ranchera, además de plasmar carácter al personaje. Yaritza Véliz (Magalena) otorga una cuota de romanticismo, con una delicada interpretación en su bello timbre de soprano. Soberbios también en sus partes Sergio Gallardo (sacerdote) y Gonzalo Araya (cardenal), quienes representan la resistencia de la Iglesia al protagonista. Y vayan todas las felicitaciones por su entrega al Coro del Municipal (Jorge Klastornick, director), como al resto del reparto: Paola Rodríguez, Claudio Cerda, Eleomar Cuello, Rony Ancavil, Javier Weibel, Francisco Huerta, Jaime Mondaca y Pedro Espinoza, más el conocido actor Francisco Melo y su particular “cameo”.
Definitivamente “El Cristo de Elqui” debiera abrir nuevos y mayores pórticos para la creación y montaje de óperas creadas en suelo chileno.

Autora: Marcela González Guillén
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