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Entre desconfianza y sonrisa: la llegada

Hoy comenzamos a publicar una serie de columnas escritas por Endy Gesina-Torres que ofreceremos semanalmente en el portal de ADN Radio Chile con el fin de conocer cómo vive un extranjero su paso por Chile.

-¿Me podría prestar un bolígrafo, señor?- le pedí a un funcionario justo al bajar del avión en el aeropuerto santiaguino. La azafata me dio un papelito que necesitaba rellenar en el que debía prometer que no voy a atentar con armas, ni llevar semillas.

-¿Eres chileno?- preguntó el funcionario amablemente.

-No señor- respondí con cierta reserva.

El “detective” sacó un bic y me lo pasó, explicando que tenía que hacerme la pregunta ya que al chileno no se lo prestaría, “porque un chileno no lo devolvería”.

Me encantan las naciones con una autocrítica sana.

Firmé, pero el hombre había desaparecido. Lo esperé unos cinco minutos. De repente, un turista alemán se acercó a preguntarme por la salida, y juntos nos fuimos hacia ella.

-¿Su apellido es español?- preguntó otro funcionario en la ventanilla, echándole miradas curiosas a mi desgastado pasaporte con el águila polaco.

-Sí, señor, -repliqué-, soy polaco-cubano.

El hombre sonrió. -¡Oye, mira el hueón… polaco-cubano!- se dirigió a su colega del lado quien paró de atender a un turista, pidiéndole disculpas amablemente. Después de explicarle a los dos la historia de mi vida, volvió a sus labores.

Después de 50 años de comunismo, los polacos seguimos poniéndonos tensos cruzando fronteras. Aunque yo, particularmente, nunca lo he pasado mal. Los cubanos me acostumbraron a largos procedimientos en aduana, casi siempre haciéndome un examen de la historia reciente de Polonia, comprobando así el grado de mi “polonidad”. La pregunta más frecuente era cómo se llamaba el mayor campo de concentración nazi en tierras polacas.

El funcionario hojeó la libreta azul oscuro y se detuvo en un visado norteamericano. Resultó estar de buen humor porque agarró el cuño e imitó el golpe, deteniendo el sello a milímetros de la paginita. -¡Ahí vamos a sellar a los gringos, poh!- sonrió. El “detective” pasó la hoja y un bonito gomígrafo rojo aterrizó en mi pasaporte.

Cuando salí del terminal, respirando el aire chileno a pleno pulmón, metí la mano en el bolsillo de mi abrigo para sacar plata para el bus. Tomé el bolígrafo que me prestó aquel funcionario. Lo juro, fue sin querer. Desde ahora el pobre hombre no confiará en nadie.
 

Endy Gesina-Torres

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