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Roberto Gómez Bolaños, «Chespirito»: el ingeniero de la comedia

El polifacético artista mexicano alcanzó fama mundial en varias generaciones con el humor de personajes como "El Chavo del Ocho" y "El Chapulín Colorado".

Fans del Chespirito

Fans del Chespirito / Jam Media

«Chespirito», el apodo cariñoso de Roberto Gómez Bolaños, llevaba en los genes el arte de la pintura —un talento heredado de su padre— y la lucha por la supervivencia, que desarrolló a través del boxeo. Sin embargo, ni una ni otra actividad le dieron de comer y, a pesar de destacar como púgil siendo adolescente, su escasa estatura le invitó a abandonar el deporte. Lo que no perdió nunca fue su capacidad de adaptarse y reinventarse a sí mismo, ni el sentido del humor, hasta el punto de que estudió ingeniería y acabó convirtiéndose en un icono de la comedia mexicana exportada al mundo entero.

Fue actor, especialmente de comedia, dramaturgo, escritor, guionista, dibujante, compositor musical, productor y director de televisión. Pero traspasó fronteras por ser el creador e intérprete de personajes como «El Chavo del Ocho» y «El Chapulín Colorado», entre otros, que no solo entretuvieron a varias generaciones de mexicanos, sino también a millones de personas de medio centenar de países.

Roberto Gómez Bolaños nació el 21 de febrero de 1929, en Ciudad de México. Fue el segundo de los tres hijos que tuvieron Francisco Gómez Linares, un destacado pintor e ilustrador, y Elsa Bolaños-Cacho, una secretaria bilingüe. De pequeño estaba obsesionado con el deporte, de manera especial con el fútbol y el boxeo, y tuvo cierto éxito en los combates cuando era adolescente, pero era demasiado pequeño para convertirse en profesional y, desanimado, acabó dejándolo.

Estudió Ingeniería Mecánica en la Universidad Autónoma de México, pero nunca se graduó. Lo más que hizo con su carrera fue trabajar en una empresa constructora en una ocupación que él mismo calificó de tediosa, así que, cuando vio un anuncio en el periódico para trabajar en una empresa de publicidad no se lo pensó y fue allí donde encontró la horma de su zapato.

Tenía 22 años y empezó a escribir guiones para radio, programas de televisión y películas, e incluso se inició fugazmente como actor a finales de la década de los 50. Fue en esta prolífica etapa creativa como escritor cuando Roberto empezó a ser «Chespirito», un apodo que le llegó por admiración y con una curiosa explicación: el director cinematográfico Agustín Porfirio Delgado comenzó a llamarle «el pequeño Shakespeare» por su capacidad de escribir unida a su pequeña estatura. Y la pronunciación españolizada del apellido de William, Shakespeare, unida al diminutivo, «Shakespearito», -fonéticamente ‘Chekspirito’- , dio lugar a «Chespirito».

En 1968 «Chespirito» firmó un contrato con la recién formada Televisión Independiente de México. Una de las cláusulas establecía un espacio de media hora los sábados por la tarde sobre el que tenía total autonomía para hacer lo que quisiera. El resultado fue que los breves e hilarantes guiones que escribió y produjo adquirieron tal popularidad que cambiaron su horario al lunes por la noche y le dieron una hora entera. Fue durante este espectáculo, simplemente llamado «Chespirito», que sus dos personajes más queridos, El Chavo del Ocho y El Chapulín Colorado hicieron su debut.

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