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Luis Toro Araya: un debut en grande

El joven director chileno se presentó por primera vez en el Municipal de Santiago, en un exitoso alabado concierto con obras de Wagner, Tchaikovsky y Schumann.

Luis Toro Araya y Filarmónica de Santiago

Luis Toro Araya y Filarmónica de Santiago / PATRICIO MELO_

Al alzar el brazo y comenzar los sones, se percibió que sería un evento significativo, un debut que anuncia una carrera que debiese ser próspera. Después de trabajar con las más importantes orquestas de regiones, además de la USACH y la Orquesta de Cámara de Chile, el joven y ascendente Luis Toro Araya (28 años), radicado en Suiza, y actual director asistente de la Orquesta Nacional de España, llegó al emblemático Teatro Municipal de Santiago, para un concierto potente junto a la Filarmónica de Santiago.

Dramatismo sinfónico destilado a través de amplios matices y nitidez de las líneas temáticas que dialogan unas con otras. La música era la poco escuchada obertura de la aún menos escuchada ópera ‘Genoveva’ de Robert Schumann. Era el claro anuncio de que habría que poner atención a todo lo que vendría después.

El Preludio y la “Muerte de Amor” del drama musical ‘Tristán e Isolda’ de Richard Wagner siempre generan expectación y alto impacto sonoro por lo único de su naturaleza. Fue una interpretación fluida, envolvente, etérea, en que el sello del director chileno dejaba entrever el nexo entre esta música y el modernismo musical que se desarrollaría después, sin sacrificar el paroxismo emocional.

Toro Araya y la orquesta llevaron al público aún más alto con la Sinfonía No.6 de Pyotr Ilich Tchaikovsky, la tan renombrada “Patética”. Tan así que, en la primera función, buena parte de la audiencia no se pudo contener de aplaudir tras el tercer movimiento, la irónica marcha que viene antes del demoledor y sombrío final, donde se percibe a un compositor que presiente la muerte cerca.

Pero la versión resultó limpia e impactante desde el inicio, con aquel oscuro solo de fagot (un certero Zilvinas Smalys) y el posterior desarrollo orquestal que dejan en claro todos aquellos factores que encumbran a Tchaikovsky como un gran maestro.

Los contrastantes momentos de esta obra, vale decir, los conflictos del primer movimiento, el pseudo-vals del segundo, el sarcasmo del tercero y la desolación del final, fueron todos unificados por una exégesis profunda por parte de Toro Araya apoyado por el alto nivel técnico de los músicos de la orquesta.

Fue esta una de las mejores “Patéticas” que se hayan escuchado en el país en la última década, y es el testimonio de la madurez alcanzada por quien se perfila como uno de los más consumados directores surgidos de nuestro suelo.

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