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Crishea Koyck y su música experimental inspirada en el mar

La compositora de la quinta región se ha abocado a una serie de proyectos musicales de inspiración marítima, y actualmente prepara una obra por los 50 años del golpe de estado.

Crishea Koyck

Crishea Koyck

Una antigua casona en la bajada de Agua Santa, uno de los barrios más bellos de Viña del Mar, alberga una comunidad artística de enseñanza, creación y difusión de la música. Allí se encuentran la Librería Acentto (uno de los pocos lugares donde se pueden adquirir partituras en el país), y la actualmente denominada Academia de Música Agua Santta.

Desde ese espacio, Crishea Koyck (nacida en Santiago, 1979) conjuga la enseñanza a los más jóvenes con una constante búsqueda artística y musical, rebosante hoy de proyectos. Una búsqueda que comenzó desde niña, en su infancia en Ecuador, tocando flauta dulce y teclado, y que se cimentó en su adolescencia en Quillota.

Fue entonces que escuchó la emblemática obra Como una Ola de Fuerza y Luz del compositor italiano Luigi Nono (1924-1990), lo que la llevó a elegir el camino de la composición, que estudió formalmente en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

Así inició un viaje, marcado según ella por dos aspectos, la música misma y las personas. “Con la música contemporánea sentí que era un mundo muy amplio, en que se podían desarrollar estéticas nuevas, que tenía que ver con sonoridades que yo no asociaba con la música ‘docta’, sino que con Sonic Youth o Björk, por ejemplo”, rememora la compositora en conversación con ADN.

“Lo que más me encantó fue poder trabajar con el lenguaje desde el punto de vista filosófico”, continúa, “no era solo una manifestación de una sonoridad, es algo en que se puede desarrollar en el tiempo, y que nos lleva a hacernos preguntas. Para mí componer es un lugar de movimiento personal, al escribir accionamos otros mecanismos, ¿cómo puedo escribir algo para que alguien lo entienda? Cuando uno experimenta, ¿se debe ser más preciso, estará bien? ¿Será suficiente?”.

Sobre el segundo aspecto, precisa: “Destaco la importancia de los intérpretes que están muy dispuestos a realizar ese trabajo de montar obras experimentales, y eso es nutritivo para alguien que compone. Hay un diálogo enriquecedor entre músicos y compositores”.

Hace hincapié en que su periplo vivió el sesgo de género: “Una vez un compositor me decía que las mujeres escribíamos con grafismos, que hacíamos puros ‘dibujitos’, y eso coartaba. O también encontrarse con gente que exclamaba ‘¡¿Una mujer que compone!?’ Ahora me da lo mismo, hago lo que quiero, y además se nota un cambio donde se dejan ver más referentes femeninos en la música de tradición escrita”.

Actuales proyectos

Una experiencia personal gatilló una serie de composiciones inspiradas en el mar, bajo el título Cantos del Mar. “Desde pequeña tengo un vínculo con el mar, y en Ecuador nadaba mucho”, relata. “En 2018 empecé a nadar nuevamente, y también a surfear y bucear, eso me trajo sensaciones de la infancia. Cuando uno entra en el mar deja atrás la vida, y para el otro lado está el horizonte, que puede llevarnos a la muerte si tratamos de alcanzarlo, por eso el mar está entre la vida y la muerte”.

El ciclo lo inició con dos obras para coro a capella, Mar en Calma y Viajero, luego vino Intermareal, para electrónica, piano y violín preparado, hasta que se presentó la oportunidad de hacer su primera obra para orquesta, a través de una invitación de la Orquesta de Cámara PUCV, que dirige Pablo Alvarado.

Así nació Caracola, para cuerdas y seis vientos, obra de irresistible vitalidad rítmica y atractivas progresiones armónicas, que se estrenó en el año pasado, y se puede escuchar aquí. “El concepto tiene que ver con las masas de agua que chocan con nuestra geografía. Las cuerdas parten con un murmullo, avanzan, chocan y suben hacia arriba, luego vienen los brillos de los océanos a través de acordes que suenan como sonidos electrónicos sin serlo, y el final alude a una brisa, en que aparecen unos cantos en los instrumentos, que provienen de otras piezas que hice antes, y todo termina con un canon, un humilde homenaje a Béla Bartók”.

Para este año se espera la publicación de un disco de la violinista y compositora Graciela Muñoz, que incluye una composición de Koyck, precisamente parte de este ciclo marino. “Escribí Azul, para violín y electrónica, a pedido de Graciela y el disco que está haciendo. Alude a una canción islandesa que habla de unos cisnes que encuentran la muerte en el mar. Ocupa sonidos grabados de los cachalotes de la isla Chañaral de Aceituno, que es donde se iba a hacer Dominga. El violín de Graciela va dialogando con ellos, como si fuese otro ser marino”.

Y lo que se encuentra en proceso es una obra en alusión a los 50 años del golpe de estado de 1973, la cual aún no está definida su conformación instrumental, pero será una obra de importancia para personal para ella. “Mi abuelo, Arturo Koyck, fue ejecutado político, de la maestranza de San Bernando, y por supuesto es algo muy doloroso para nosotros como familia”, comenta con abierta emoción. “Al cumplirse medio siglo me parecía fundamental hacer algo al respecto, y lo que me da muchas vueltas es que haya personas que mueran solas, y personas que todavía están siendo buscadas”.

Y mientras quiere explorar la integración de las artes plásticas con la composición, su labor docente no se resiente ante tanto proyecto: “Estudié también licenciatura en educación, he trabajado en colegios, y el trabajo con niños acá en la academia me gusta porque me obliga permanentemente a ir cambiando. Los niños de ahora son distintos a los de cinco años atrás, sus formas de pensar me hacen generar nuevas formas de enseñar. La educación debe ser flexible, y la idea es que aprendan, pero también disfruten”.

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