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El caso de Richard Jewell: Los peligros de hacer las cosas bien

REVIEW. Así es la última película de Clint Eastwood, basada nuevamente en un recordado hecho real. Puedes ganar entradas, aquí.

El caso de Richard Jewell: Los peligros de hacer las cosas bien

A meses de cumplir 90 años, Clint Eastwood sigue estrenando casi sagradamente una película anual. Un ritmo en el que solo es equiparado por otra figura igual de veterana, emblemática y controvertida: Woody Allen. De algún extraño modo, uno resulta la contracara del otro.

Mientras el neoyorquino condenado al ostracismo representa la sofisticación, ironía y retratos casi obsesivos de los claroscuros de la élite intelectual de su ciudad, aunque repitiéndose hasta la autoparodia, el ex-duro del cine parece haber hecho el camino opuesto. Con los años adquirió un espesor dramático que para muchos roza con el sentimentalismo, sin por eso abandonar sus obsesiones, como el significado de ser (o hacerse) hombre, el sentido del deber y la necesidad de sobrevivir con integridad en un mundo inevitablemente hostil.

Son temas que se repiten en "El caso de Richard Jewell": nuevamente –al igual que con su anterior filme, "La mula", y que casi todas sus últimas cintas- estamos frente a la adaptación de una historia real, pero que parece surgida de la mente de Eastwood. Aunque esta vez no es un duro, ni un ex-duro, sino todo lo contrario.

Richard Jewell (interpretado por el semi-desconocido Paul Walter Hauser, en una actuación que recuerda que a veces menos es más) es un obeso policía frustrado, de pocas luces y menos palabras, que a los treinta y tantos vive con su mamá,-como un primo-hermano del Joker, pero sin la psicopatía del personaje de DC-, interpretada por una Kathy Bates, gloriosa aunque haya perdido un Globo de Oro a mejor actriz; que en 1996 llega a ser guardia de seguridad en un show musical de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Es ahí donde da aviso de una mochila sospechosa aunque nadie lo tomó mucho en cuenta.

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Pero –y esto no es spoiler ya que la historia es conocida- adivinen quién tenía la razón. Y quién se enfrenta a un FBI que, para justificar quién sabe qué, en vez de llevar a cabo una investigación seria, decide que Jewell, supuestamente ávido de fama, es el principal sospechoso. De ahí en adelante, todo se trata de cómo un hombre honesto, incapaz de dañar –más bien, uno que arrastra física y gestualmente un larguísimo historial de daños que la película no nos cuenta demasiado, pero nos permite intuir- y con un código moral tan incorruptible que sólo podría provenir de una mente infantil que divide el mundo entre bien y mal, incapaz de ver matices, se defenderá, con la ayuda de la única persona que alguna vez lo trató bien en un trabajo, el abogado Watson Bryant (Sam Rockwell), de un mundo más vivo, más despiadado y más creíble que él, un pobre perdedor por el que nadie da un peso.

En la otra vereda, los grandes villanos terminan siendo Tom Shaw, el agente del FBI interpretado por Jon Hamm y la desagradable periodista Kathy Scruggs, a cargo de Olivia Wilde, que usando métodos discutibles logra dar a conocer una versión de la historia en un periódico de Atlanta.

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"El caso de Richard Jewell", al igual que su personaje, nunca duda de su posición: él es el héroe y los otros son los malos, los corruptos, los dispuestos a todo con tal de lograr aplausos y beneficios. Richard Jewell es el héroe pero también es un hombre común, un hombre blanco, obeso y posiblemente virgen que es más bien el opuesto a los cowboys que interpretó Eastwood en los westerns de los 60.

Los héroes incomprendidos que se enfrentan a una moral deformada es una tecla que el hoy director viene tocando hace tiempo, pero esta vez no solo se conforma con ponerlos en valor, sino que adquiere nuevos tonos en sus compañeros de ruta, en unos villanos tan equivocados (aunque el guión se ensaña bastante más con la prensa que con el agente del FBI suelto de lengua y negligente a la hora de investigar) y en una forma de entender lo correcto que, en tiempos tan líquidos, donde los enemigos parecen amigos y viceversa y lo correcto es un concepto que se pone en duda según la conveniencia, deja como pregunta respecto a cómo atender a los paria de la sociedad, desconfiar de las instituciones y, tal como ese sticker en la oficina de Bryant, "tenerle más miedo al gobierno que a los terroristas" podría ser un camino para salvarse.

Algo que el viejo Eastwood, tan vilipendiado por cierto progresismo de postal, quizás aprendió durante sus nueve décadas y nos lo tiene que advertir antes que sea demasiado tarde.

Puedes participar por entradas para verla, aquí.

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