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Jojo Rabbit: Cómo camuflar la sordidez con ternura

Con comedia desatada y de trazo grueso, pero sin esquivar el melodrama, esta extraña película instala la figura de Hitler en el lugar donde debió estar siempre: en el ridículo.

Jojo Rabbit: Cómo camuflar la sordidez con ternura
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Una de las sorpresas en las nominaciones a los Oscar 2020 es esta extraña película, mezcla entre drama de guerra y comedia farsesca, entre horror y ridículo, que en la cáscara es la historia de Jojo Betzler (Roman Griffin Davis), un niño de 10 años que sueña con ser un soldado de la Juventud Hitleriana y tiene como amigo imaginario al mismísimo Adolf Hitler (Taika Waititi, director de la cinta, en una interpretación tan burda y estrafalaria como el propio Hitler la merece).

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Pero más allá, es una alegoría a la dureza de la Segunda Guerra Mundial y al fin de la inocencia en una clave cómica que, aunque a ratos coquetea peligrosamente con esperpentos sensibleros como "La vida es bella" (1997), se las ingenia para salir airosa con las dosis perfectas de cebolla, tragedia y epopeya, en un cóctel donde la banda sonora compuesta por versiones de rock clásico como The Beatles, The Ramones o David Bowie en alemán juega un rol fundamental. Si el melodrama es la mezcla de la comedia y la tragedia con el engrudo de la música, estamos frente a un posible nuevo clásico del género.

Como si el cine fuera un refugio para el horror de allá afuera, "Jojo Rabbit" hace reír a carcajadas, aun apelando a personajes de trazo grueso que a ratos recuerdan más a personajes de Chespirito que a la impostura de película nominada al Oscar. Como si su acto de justicia fuera instalar al régimen nazi y a la figura de Adolf Hitler en el lugar donde siempre debió estar: en el ridículo.

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Ridículo que se equilibra con el drama de un niño que pierde la inocencia y ve tambalear la escala de valores en la que ha sido instalado por su madre (una sobresaliente Scarlett Johansson) y por un entorno tan imposible de evitar como violento. Absurdamente violento. La única escapatoria del pequeño Jojo será un descubrimiento que representa todo lo que odia –eso que un niño puede odiar para después darse cuenta que justamente eso es lo que más atrae-.

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Es ahí cuando "Jojo Rabbit" termina de consolidarse como lo que es: una película sobre la pérdida de la inocencia en todo sentido, con la peor guerra de la historia y con un país que sabe que está acorralado y perdido, pero se aferra a cualquier cosa con tal de seguir. Como una infancia eterna que no se quiere terminar porque lo que hay del otro lado, por encima de provocarnos curiosidad, nos espanta y nos aterra.

Quizás "Jojo Rabbit", tal como en las salas de cine chilenas brotaban las carcajadas cuando aparecía footage de Augusto Pinochet en "No", es antes que la banalización de la tragedia judía, la película definitiva que nos sacude esa misma tragedia y, disfrazada de ternura, la instala en el necesario lugar del absurdo.

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