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Unión Española y Estudiantes de La Plata: 50 años del día en que estalló la violencia en el fútbol chileno

Un partido por semifinales de Copa Libertadores desencadenó una batalla campal que terminó con un muerto, medio centenar de heridos y cuantiosos daños materiales. Esta es la historia de esa noche de furia en el Estadio Nacional, preludio de un fenómeno que con el tiempo masificaron las barras bravas.

Unión Española y Estudiantes de La Plata: 50 años del día en que estalló la violencia en el fútbol chileno
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Sucedió un 12 de mayo de 1971, hace 50 años atrás, pero Leonardo Véliz aún no olvida. «Esa noche hubo mucha indignación entre los hinchas. Estudiantes de La Plata era un equipo que recurría a todas las artimañas. Exasperaba a sus rivales, pegaba, hacía tiempo, simulaba. Para ellos el fair play no existía, nada les importaba. Eso irritó al público que se descontroló como nunca antes habíamos visto en el estadio Nacional», cuenta desde su residencia en Viña del Mar el «Pollo», recordado puntero izquierdo de esa Unión Española.

Aquella temporada los rojos debutaban en la Copa Libertadores, certamen al que accedieron como subcampeones de nuestro país, y pudieron sortear el grupo que enfrentó a equipos chilenos y paraguayos. En esa primera ronda el cuadro hispano –que entonces dirigía Néstor Isella- dio la sorpresa al dejar en el camino a Colo Colo, Cerro Porteño y Guaraní.

En esos tiempos, hay que recordar, sólo clasificaba el primero de cada grupo y así la Unión avanzó directo a las semifinales integrando una zona junto a Barcelona de Guayaquil y Estudiantes. Con sus títulos de 1968, 1969 y 1970, los argentinos eran dominadores absolutos de la Libertadores y arribaron a Ñuñoa con la confianza de ejecutar un libreto que había reportado tantas glorias como antipatías.

Ambos cuadros encaraban este decisivo encuentro con una cosecha de dos puntos. Los pincharratas venían de ganar en Ecuador y tropezar inesperadamente en su estadio; mientras que los hispanos habían superado cómodamente a Barcelona en Santiago (3-1) después de haber caído por la cuenta mínima en el estadio Modelo de Guayaquil, en el que fue el primer partido transmitido en directo por la TV ecuatoriana. Así, Barcelona cerraba su participación con cuatro puntos y tomaba palco esperando el desenlace de los choques entre chilenos y trasandinos.

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Lo que pasó ese día en la cancha del Nacional fue algo inédito que obligó a Julio Martínez a describirlo en su columna Bajo la Marquesina: «Noche negra para el fútbol. Sabor amargo por noventa minutos desagradables y doloroso impacto ante esa explosión popular transformada en descontrol y violencia como no se vio antes en el estadio Nacional. Me referiré al fútbol. Lo otro es página policial. Lo dije ayer en esta columna porque conozco a Estudiantes. Es un equipo canchero, con oficio, que las sabe todas. Poseedor de cuanta artimaña se ha inventado para descomponer al rival y asegurar un resultado. Un equipo que no tiene respeto por nada. Pero gana. A los diez minutos ya ha logrado su principal objetivo. A los diez minutos la cancha es un horno. Todo el mundo enardecido», comentaba JM al día siguiente en Las Últimas Noticias.

Aldo Schiappacasse recuerda un par de aspectos de esa jornada: «Fue una derrota dura porque siendo cabro era fanático de la Unión, pero lo que se me quedó grabado para siempre fue la cara del pelado Berly y su expresión de total abatimiento», cuenta el periodista que vio el partido por la tele cuando todavía era un escolar.

Antes que se desencadenaran los episodios más violentos, el calvo zaguero -que ese día jugó con el número 6 en la espalda- fue involuntario protagonista de la acción que significó el triunfo de Estudiantes por 1-0. Corría el minuto 34 cuando una falla del lateral Antonio Arias facilitó que Pedro Verde metiera un centro bajo, sin riesgo, que Hugo Berly al intentar rechazar mandó directo al fondo de la portería dejando sin opción a Leopoldo Vallejos.

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Autogol de Berly

Con ese autogol de regalo y una ventaja insospechada para lo que era el desarrollo del partido, Estudiantes desplegó a su total antojo ese reconocido repertorio de golpes, interrupciones y pelotazos a la galería. Julio Martínez, quien esa misma semana había recibido una condecoración de la municipalidad de Santiago por sus 25 años de carrera, acusaba la complicidad del árbitro brasileño como la chispa que encendió el fuego.

«Eso lo permitió el juez Armando Marques -convertido a la postre en un payaso histérico- y que bien examinadas la cosas dejó hacer a Estudiantes lo que se proponía. Fue lo que irritó a la multitud (…) Se perdió la calma, se perdió el rumbo, se perdió el partido. Lo malo es lo otro. Que la Copa tiene un monarca que no le hace honor al fútbol ni al pueblo argentino», remataba el comentarista.

La salida del elenco visitante fue un caos debido a la enorme cantidad de botellas y proyectiles que impedía a los futbolistas e integrantes del cuerpo técnico abandonar la cancha. Fueron largos minutos de espera hasta que, por fin, lograron internarse en el túnel protegidos por una especie de tablero o puerta, como inmortalizaron los reporteros gráficos. A esas alturas, la policía ya había dividido sus fuerzas entre resguardar a la delegación argentina y dispersar a la enardecida hinchada recurriendo a bombas lacrimógenas.

En el camarín de Estudiantes, el delantero Christian Rudzki explicaba que «la reacción en nuestra contra se debe a que este público no está acostumbrado a ver fútbol resultado. No nos importa el aplauso, solo los puntos que al final son los que más valen. Ahora el que no mete la pierna, ni tiene fuerza para resistir golpes no tiene nada que hacer en la Copa Libertadores».

Desde la trinchera hispana, el «Chino» Arias replicaba: «Este equipo mató al fútbol argentino. No hizo nada por ganar, se dedicó a dar puros pelotazos y a tirarla a la galería para hacerse más antipático. Me alegro que por fin una vez el público chileno haya reaccionado en esa forma pifiándolos durante todo el segundo tiempo», aclaró el histórico defensa.

¿Por qué tanta violencia?

Mirando con la distancia que dan las cinco décadas transcurridas desde aquella nefasta jornada, cuesta entender por qué un partido internacional de la Unión Española pudo generar incidentes tan graves como los acontecidos aquella noche. Los reportes consignaron una asistencia cercana a las 30 mil personas. En esa época, el público entendía que la Libertadores era un evento para brindar apoyo al representativo chileno, más allá de los colores que cada uno abrazara en la competencia local. Además, los rojos de Santa Laura nunca gozaron de gran adhesión popular, pero una cita frente al campeón de la Libertadores era ocasión señalada para adeptos, simpatizantes, curiosos y seguidores del fútbol.

Desgraciadamente, lo peor de este aciago miércoles 12 de mayo de 1971 sucedería tras la bochornosa salida de los argentinos bajo una lluvia de piedras y objetos contundentes.

Aunque para ser precisos, un primer capítulo de esta violenta jornada se había producido casi en paralelo al pitazo inicial, cuando desconocidos sacaron la tapa de cemento de una cámara de desagüe y, desde una altura de diez metros, la lanzaron contra el carabinero Arturo Anabalón Guerrero. El uniformado resultó con el cráneo hundido y las crónicas de días posteriores informaban que se debatía entre la vida y la muerte.

Este hecho, sumado al descontrol de una parte del público ante al espectáculo que apreciaba en la cancha, desató una batalla campal. Carabineros intentaba evacuar el estadio haciendo uso de bombas lacrimógenas, mientras los hinchas más exaltados reaccionaban destruyendo todo cuanto encontraban a su paso. Casas vecinas, automóviles y focos del alumbrado público fueron blanco de los apedreos. Y hasta el preparador físico de la Unión, Gustavo Ortlieb, fue víctima del vandalismo cuando comprobó que su auto particular había resultado con severos daños.

El testimonio de Héctor Fernández, jefe de controles del Estadio Nacional, ofrece algunas pistas sobre estos minutos de tensión. «Las hordas destruyeron una gran cantidad de focos en las canchas de tenis y quemaron asientos en las graderías lo que significan daños cercanos a los 20 mil escudos. La gente no buscaba golpear a los argentinos, sino que deseaba descargar su frustración contra cualquier cosa. Había, además, muchos delincuentes que se aprovecharon de la situación para iniciar saqueos».  Así, arrasaron con un kiosco de venta de bebidas y la administración del recinto tuvo que extremar las medidas de seguridad para resguardar la caja de fondos con la recaudación del partido (200 mil escudos en efectivo) ante el paso de la descontrolada turba.

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Pero lo más grave fue la muerte de Carlos Torres Peña. Según lo publicado por El Mercurio, dos días después, este joven de 17 años, estudiante de la Escuela Industrial El Pinar, recibió un disparo por la espalda mientras escapaba de una arremetida de los carabineros que intentaban despejar la salida del coliseo. «El muchacho, atravesado por un proyectil, caminó desde la salida de automóviles del Estadio hasta la esquina de avenida Marathon, donde cayó sin vida. Paradojalmente, el padre del estudiante, Carlos Torres Torres, jardinero de la cancha principal del estadio, se ocupaba en ese momento del riego y mantención del césped», relató el matutino.

Sus cercanos sostuvieron que la muerte fue producto de dos balazos, aunque en las primeras horas se entregaron versiones sobre un supuesto atropello y también el impacto de una bomba lacrimógena como posibles causas del deceso. Testigo de la situación fue un vecino llamado Patricio Zamorano, quien se encontró con la víctima y otros conocidos a la salida del estadio. Impulsados por la curiosidad todos se quedaron mirando a un grupo de casi mil personas que buscaban la forma de entrar en el camarín de Estudiantes para vengar la derrota deportiva.

«Unos carabineros nos zamarrearon diciendo que molestábamos en ese lugar. Yo sentí los disparos, pero no sé de dónde salieron. En ese momento Torres lanzó una exclamación diciendo que estaba herido, pero pese a ello corrió hasta que cayó. Nosotros creímos que estaba bromeando, incluso alguien le tiró una piedra para que se levantara. Después vimos la sangre que empapaba el chaleco», contaba Zamorano, en su testimonio a la prensa.

Hubo medios que acusaron a Carabineros de ser directamente responsables de la muerte del joven, otros consignaron la versión de un periodista llamado Jaime Cartagena, quien aseguró haber visto a personas defenderse de los desmanes y el ataque a sus automóviles particulares con armas de fuego.

Reacciones en La Moneda y Argentina

El escándalo del Estadio Nacional ocupó las primeras planas de todos los medios compartiendo espacio con un paro de choferes de la locomoción colectiva en Santiago y el desafuero del intendente de Colchagua, Juan Codelia Díaz.

El Presidente Salvador Allende apenas llevaba seis meses en La Moneda y su ministro del Interior, José Tohá, concurrió temprano hasta su residencia de Tomás Moro para informar al mandatario de los lamentables episodios acontecidos la noche anterior. «Desde luego, es un hecho deplorable. Lo sucedido ayer en el Estadio Nacional, tanto en el espectáculo deportivo como en la conducta del público, es algo inaceptable que daña al país, de tal manera que se van a continuar las investigaciones tanto para establecer responsabilidades como para aplicar las sanciones correspondientes», manifestó el Secretario de Estado.

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El Gráfico, mayo de 1971

Al otro lado de la cordillera hubo satisfacción por un resultado que dejaba al cuadro pincharrata a las puertas de otra final, pero el repudio se enfocó en la violenta actitud del público. Así describió sus vivencias el periodista Osvaldo Ardizzone, enviado especial de la revista El Gráfico: «Y yo me pregunto, ahora, ¿qué ocurrió en el partido para que todo terminara en esta inexplicable tragedia? Alguien dijo allá arriba, en los palcos de periodistas, que el fútbol de Estudiantes había irritado ¿Qué? ¿Es que vamos a descargar la responsabilidad de toda esta barbarie, de toda esta lamentable barbarie, en el fútbol de Estudiantes? Nada ocurrió dentro del campo, nada entre los jugadores, que justifique ese pretexto generoso para disimular una noche tan nefasta. No puedo soslayar tanta furia destructora, tanta animosidad irracional con el argumento baladí del fútbol que se jugó…Y mucho menos allá en Chile, allí en Santiago, donde el público fue siempre ejemplo de corrección, de mesura, de ecuanimidad en el aplauso y la censura. Estudiantes fue a buscar un resultado con el fútbol que siempre utiliza».

En esa misma edición de El Gráfico, Roberto Fontanarrosa rescataba para su propia columna el título de la crónica de Ardizzone, «¡Qué pena, hermano chileno!», y señalaba que “estamos seguros de que en Chile corrió una oleada de vergüenza dentro del hombre de la calle, normal, capaz de pensar y sentir. Tal como nos ocurrió a nosotros en casos que nos tocó vivir y cuando sí fuimos culpables. No queremos rematar estas palabras sin poner un escalón que sirva para subir al nivel de hombres sensatos. Por ejemplo, nos gustaría que a Unión Española le demos una recepción intachable. Nos gustaría que vengan a jugar a la Argentina como venían antes».

Epílogo

Este partido marcó un antes y un después en relación a los episodios de violencia en nuestros estadios. Siete días más tarde, Estudiantes confirmó el paso a su cuarta final consecutiva. El cuadro de La Plata derrotó a Unión Española 2-1, con goles de Rudzky y Verón y descuento de Rogelio Farías. Sin embargo, ese año la Copa Libertadores sería para Nacional de Montevideo que, en un tercer partido de definición disputado en Lima, puso fin a la hegemonía continental del club que entró a la historia de la mano de Bilardo, Pachamé, Madero, Verón y Malbernat.

En Chile se siguió hablando del tema por algún tiempo. Pocas semanas después la revista Estadio daba a conocer un conjunto de medidas dispuestas por la autoridad para evitar que sucesos como los del partido Unión-Estudiantes se volvieran a repetir. Estas eran:

  • Impedir el acceso al estadio de personas que porten todo tipo de botellas.
  • En el casino del estadio se expenderá vino solamente en el comedor.
  • Todo expendio de bebidas en el recinto deportivo se hará en vasos plásticos cuya confección y presupuesto han sido ya solicitados a las correspondientes industrias.
  • Se confeccionará un sistema de protección portátil, para que los jugadores y jueces puedan abandonar la cancha sin problemas por los túneles respectivos
  • Se procederá a colocar una protección especial a la reja olímpica que circunda la cancha para impedir el paso de los espectadores, sin recurrir a elevar su altura ni a colocar púas de alambre.
  • Para los grandes espectáculos se solicitará una adecuada protección policial
  • Se dará una amplia información por prensa, radio y televisión al público de todas las medidas de seguridad que se tomen cada vez que se produzca un espectáculo multitudinario en el estadio.

Un año y algunos días después de este accidentado partido de fútbol se publicaba, en las mismas páginas de revista Estadio, una extraordinaria entrevista a Hugo Berly. El periodista Julio Salviat le preguntó por un partido ingrato y así respondió el zaguero: «Son muchos. Tantos que no vale la pena recordarlos. Entre las goleadas, una que nos hizo (jugando en Audax) Santiago Morning en Santa Laura. Como resultado el 0x1 con Estudiantes en las semifinales de la Copa Libertadores. No sólo por el autogol, sino porque significó la eliminación y por todo lo que sucedió después del partido. La muerte de ese niño en los tumultos me impactó profundamente».

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