Así es “Anora”: la sexual película que ganó en Cannes y que ahora seduce al Festival de Toronto
Humor, desenfado, mucho sexo y la desconstrucción de la comedia romántica son parte de los componentes de “Anora”: extraordinario filme de Sean Baker que ganó la Palma de Oro en Cannes y que se estrena en cines chilenos el próximo 31 de octubre.
Dice Guillermo del Toro, director de “El laberinto del Fauno” y de “La forma del agua”, que los canadienses, aguas mansas y de carácter pacífico, dejan salir su intensidad solamente en dos escenarios: por un lado, cuando se ponen detrás del volante y sus vehículos rugen por las calles como si la vida fuera una carrera de fórmula uno. Y por otro lado, como espectadores en las salas de cine donde sueltan sus emociones y las dejan que pasten libremente en la llanura de la oscuridad.
Esta última instancia es comprobable in situ cuando se trata de las funciones de “Anora” en el Festival de cine de Toronto en curso. Las audiencias ríen a destajo, gritan, se emocionan como si estuvieran viendo un partido de hockey y no una comedia en el cine.
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“Anora” es la increíble, notable, alucinante película del realizador estadounidense Sean Baker (“Tangerines”, “The Florida Project”) que ganó con toda justicia la Palma de Oro en el Festival de Cannes en mayo pasado. Y hay que subrayar el punto: no recuerdo que una comedia haya ganado la Palma de Oro antes. Siempre triunfan películas solemnes, serias, pesadas, artísticas. Y no es que “Anora” no destile arte y genialidad. Solo que lo hace desde el cauce de la comedia que bebe de genios como Blake Edwards pero en clave desinhibida. Libre, sin filtros.
Se trata de una comedia “realista” y sexual, de una historia hecha para nuestros tiempos, para revivir la alicaída perplejidad de una época donde vemos de todo en todo momento y la capacidad conexión parece haberse perdido pese a estar conectados a múltiples pantallas al mismo tiempo. La estimulante anestesia que nos atonta en la era de la des-conexión hiperconectada se diluye con la potente propuesta de esta “Mujer bonita” contada con cinismo, maldad, afiladas puntadas críticas y una maravillosa coreografía humorística y humanista que quedará en los libros de cine.
Clásico instantáneo, “Anora” es la puerta de entrada al cine clase A para su protagonista: la actriz Mikey Madison, quien simplemente sostiene con su presencia escénica e impresionantes expresiones una comedia de equivocaciones, sueños aspiracionales y representa, en cuerpo y alma, literalmente hablando, una reflexión sobre la prevalencia de la dignidad en las negociaciones de poder dentro del comercio sexual.
Anora es una bailarina erótica, un cuerpo desnudo más en la oscuridad acariciada por el neón de un club de stripers, una chica de Coney Island que porque sabe hablar un poco ruso se saca la lotería: de casualidad, le encomiendan atender a un joven cliente ruso, en verdad, el hijo millonario de una poderosa familia rusa y una chico irresponsable y fiestero que le propone a la protagonista lo imposible: no solo disfrutar de lujos y viajes durante una semana como su novia “pagada”, sino que además ser su esposa... Y vivir felices para siempre.
Lejísimo de la idealizada versión Disney de la comedia romántica de “Mujer bonita” con Julia Roberts y Richard Gere (que me encanta, ojo, y donde todos saben lo que hay que hacer: Julia Roberts como la auténtica meretriz de la calle, y Richard Gere como el noble millonario), en “Anora” nadie sabe qué hacer. Nadie.
Y ese es el maravilloso gatillador de incertidumbres se traduce en delirantes situaciones cómicas que no me hacían reír tanto en una sala de cine desde “Toni Erdmann” de Maren Ade, otra comedia maestra.
“Anora” es un resorte de risa, incomodidad y una muestra de honesta sexualidad, pero sobre todo es una película de Sean Baker: un lúcido artista del cine independiente que se está ganando todo y todos los premios siendo y haciendo lo que siempre ha hecho. Filmar de frente al sueño americano para devolvernos la imagen de las entrañas de una oscura pesadilla.