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Annabelle 3, vuelve a casa: Los clichés son clichés porque funcionan

El regreso de la inquietante muñeca se entrecruza de forma más directa con "El conjuro" y consigue entretener más que asustar, aunque apelando a trucos que hemos visto mil veces.

Annabelle 3, vuelve a casa: Los clichés son clichés porque funcionan

Son épocas de universos y sagas más que de películas únicas, y quizás desde ahí se entienda que "Annabelle", la diabólica muñeca que ya tuvo dos entregas cinematográficas en 2014 y 2016, cada una con recepciones muy dispares de la crítica (por ahí alguien llegó a semejante osadía de decir que la segunda era "El Padrino II" de las películas de terror), tenga, o siquiera merezca, una tercera parte.

Porque hablamos de una historia que se enmarca dentro del macrouniverso de las películas de "El Conjuro", donde Ed y Lorraine Warren, el matrimonio de parapsicólogos, intentan desentrañar ese misterio que hay después de la muerte, y en el camino se encuentran con sorpresas que sólo la curiosidad científica o el masoquismo serían capaces de manejar.

Y son justo ellos dos (y nuevamente encarnados por Patrick Wilson y Vera Farmiga) los que se toman el disparador de esta tercera entrega. En "Annabelle 3: vuelve a casa", y tras fracasar en su intento de dejarla fuera de la ciudad, los demonólogos encierran bajo llave y tras vidrio a la muñeca en su salón de los objetos demoníacos previa bendición de un sacerdote, y en un descriterio inexplicable, se van de vacaciones dejando a su pequeña hija de 10 años, Judy (Mckenna Grace), a cargo de la niñera Mary (Madison Iseman).

Será la amiga de la rubia y virginal Mary, la latina –era que no- de sangre caliente y pensamientos más maldadosos, Daniela Ríos (Katie Sarife), la que se entrometa en el muy setentero hogar y se empeñe por descubrir qué hay detrás de ese cuarto que parece una puerta al más allá –aunque luego descubriremos que sus razones van más allá de la curiosidad adolescente-.

Es recién ahí cuando se supone que comienza el terror. Un terror más o menos previsible para cualquiera que haya visto cine en los últimos 30 años, pero que en la sala de cine funciona. Terror cronometrado, con un guión milimétrico, que hace sospechar que los logros que tiene esta película, sin en ningún caso calificar de gran cine, son responsabilidad del director debutante y guionista de ésta y las anteriores Annabelle: Gary Dauberman. En "Annabelle 3" no hay mucho cariño por la estética pero si lo hay por la cirugía de guión, y por eso es que se le perdonan clichés y facilismos, como se le perdona todo a una buena hamburguesa que sabemos que de alimenticio no tiene nada.

Chica buena, rubia y casta; chica mala, morena y aparentemente no tan casta. Solas en una enorme casa de los suburbios intentando ver qué pasará cuando sean grandes. Entre medio, un galán medio torpe pero de buenos sentimientos. Y, la más importante, una niña abandonada por sus padres, atormentada pero valiente, que, sabemos, está destinada a algo grande. Junto a todos ellos, las fuerzas del mal intentando apoderarse de las almas de los vivos sabiendo que su mejor puerta de entrada son las chicas que tienen ciertas ansias que el catolicismo –presente como iconografía y como moral, y acaso la única sublectura interesante de la película- siempre se encarga de castigar.

Todo en "Annabelle 3" exuda a espíritu adolescente. Por eso, y por su reconstrucción de época de entre fines de los 70 y principios de los 80, a ratos (y siguiendo con las faltas de respeto) reverencia al mejor John Hughes. O, al menos, con sus adolescentes, cajas de cereales y mala televisión en pantallas cuadradas, al revisionismo "Stranger Things" que insiste en permearlo todo.

Los clichés son clichés porque funcionan. El gran cine está en otro lado. Pero, en estos tiempos, incluso se agradece una película de género que apueste por recordarnos ese dogma de forma entretenida y honesta.

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