Orquesta Sinfónica de Londres marca un hito con su debut en Chile
La agrupación se presentó por primera vez en el país junto al afamado director Simon Rattle, con dos conciertos en Corpartes.

Es difícil imaginar que en la colección de discos de cualquier amante de la música clásica, no haya al menos un disco de la London Symphony Orchestra. Incluso esa cifra mínima parecería inconcebible, dado el descomunal universo que ocupa una discografía tan pantagruélica como variada, que va desde oratorios de Handel hasta la música de la original "Star Wars" o colaboraciones con artistas del rock y el pop. Y desde el clasicismo puro hasta el más complejo modernismo.
LSO se ha transformado en una marca, un sello de calidad, que por lo mismo obliga a estándares interpretativos de la más increíble excelencia. Y si apreciarla en vivo podía ser un sueño para cuantiosos melómanos, esa deuda se saldó para los que pudieron estar en alguno de los dos conciertos que el conjunto ofreció en Corpartes, como parte de su primera gira a Sudamérica. Tan esperado periplo fue impulsado por el emblemático director Simon Rattle, asumido como titular de la LSO hace un par de años, y ya transformado en una especie de leyenda viviente de la música sinfónica.

Si hablamos en términos del repertorio ofrecido, era el segundo día el realmente imperdible, el que prometía ser -y fue- inolvidable, ciertamente histórico. Todo comenzó con la Sinfonía de Requiem de Benjamin Britten. Los pujantes golpes con que se inicia marcaron la primera impresión, y es que cuesta recordar una orquesta con ese nivel de potencia sonora.
Rattle, con sus característicos movimientos que hasta aquí podíamos ver solo en videos, lideró una pujante interpretación, aunando indivisiblemente los aspectos impresionista y expresionista de esta pequeña obra maestra, escrita cuando el compositor tenía 26 años.

El aspecto fúnebre y ceremonial de la pieza de Britten tuvo su eco en el primer movimiento de la portentosa Quinta Sinfonía de Gustav Mahler. Qué más adecuada pieza para realmente lucir los atributos de esta orquesta, con su enorme variedad de material, y uno uso de la orquestación que va desde enormes tutti hasta íntimos segmentos caméristicos. Al purificado sonido sumemos la infinita gradación de volúmenes que consigue Rattle, y que sabiamente administra a lo largo de esta vasta obra, con sus cinco macizos movimientos.

Seguramente muchos de los presentes esperaban como resultaría el Adagietto, corazón emocional de la sinfonía, que a veces se interpreta de manera autónoma. Básicamente Rattle aquí no cae en lánguidos melodramatismos, sino que deja la música fluir con ligereza, pura, ateniéndose a la partitura. Y otro punto particularmente memorable fue el quinto y último movimiento, concatenado con el Adagietto incluso en cuanto a material temático. Es el punto triunfal de la obra, y lo fue también de este concierto.
El público esperaba un encore. Rattle y compañía fueron lo suficientemente generosos para incluso romper la extendida tradición de no hacer bises después de una sinfonía de Mahler. Y no fue una ligera pieza, no. Se nos entregó la escena final de "El Pájaro de Fuego" de Igor Stravinsky. Glorioso.
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