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Orquesta Sinfónica de Antofagasta: apuntando más alto

El conjunto contó con la brillante participación como solista de Matías Piñeira, músico chileno que es primer corno en la Filarmónica de Munich.

Orquesta Sinfónica de Antofagasta: apuntando más alto
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En cuestión de solo unos pocos años, la Orquesta Sinfónica de Antofagasta ha crecido. Ha mejorado en nivel artístico, mas no en infraestructura. Por una parte, se está notando un sonido más cohesionado, fruto del aporte de nuevos integrantes, pero fundamentalmente debido al trabajo junto a directores invitados y solistas de excelencia.

Esto no será suficiente si no se mejoran las condiciones en que funciona la orquesta. Vale decir, una adecuación del escenario del Teatro Municipal de Antofagasta, al cual le hace falta una cámara acústica que refleje el sonido hacia la audiencia, y a la vez sirva para que los propios músicos se escuchen entre ellos. Y también un lugar idóneo para ensayar (junto con más ensayos). Solo así se llegará a un punto óptimo. Y estamos hablando de cosas básicas que requiere una orquesta sinfónica.

Volviendo a lo musical, un punto importante fue el reciente concierto de la OSA, que contó con la participación del director argentino Jorge Lhez, y el cornista chileno Matías Piñeira, actualmente primer corno de la Filarmónica de Munich. Primero, por el excepcional sonido de nuestro compatriota, que muy merecidamente le hizo valer aquel puesto en Europa. Su superlativa participación elevó a las máximas alturas lo escuchado en el teatro, al interpretar con autoridad el Concierto para Corno No.1 de Richard Strauss.

La orquesta respondió bien en esta obra juvenil del compositor alemán, llena de delicioso candor, y que idiomáticamente transita por aguas mendelssohnianas. Pero el desafío mayor llegaba en la segunda parte, con la Sinfonía No. 6 "Patética" de Pyotr Ilich Tchaikovsky. La mano del maestro argentino, con toda su experiencia, fue certera para extraer lo mejor del plantel nortino. El primer movimiento resultó problemático, y es sin duda un exigente fragmento, difícil de armar; pero los dos tiempos centrales sonaron luminosos, y aquí están los indicios de que la OSA no es la misma que hace cuatro años atrás.

Lleno de vida afloró el segundo movimiento, y adecuadamente irónico sonó el tercero, pavimentando el camino para el cuarto y final, en que Tchaikovsky transforma la desolación en apabullante belleza. Algunos ripios no empañaron la emoción que Lhez logró imprimirle a una interpretación vivida, directa, desde el corazón. Un cierre que invita a sopesar las capacidades de una orquesta que debiese paulatinamente fijarse metas mayores.

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