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Tierra que da, tierra que cobra

La solidaridad del chileno es un estado de mente vinculado a la “tierra” que tiene que ver con el fatalismo de estar constantemente ante la posibilidad de que mañana puede venir un temblor que se trague todo.

En mi segundo día en Chile me encontré con un amigo que vive en La Reina. Me fui en la 403, parado al lado del chofer que me prometió avisar cuando estaríamos a la altura de Julia Bernstein. Había bastantes atascos, pero los cómicos callejeros, los vendedores de cordones, botones, caramelos y chocolates que entraban en cada parada me entretenían a mí y a los demás pasajeros. Llegué.

Después de comprobar la buena calidad del pisco chileno con el que me dio la bienvenida mi compadre, no estaba seguro dónde se encontraba la parada del bus para volver. Sin pensar demasiado pregunté a un hombre que pasaba al lado. Me dijo que era en otra dirección y ofreció que iría conmigo. Mi parte polaca, la desconfiada, me decía que la situación era peligrosa, que no conozco a los chilenos, que nadie se molesta gratis, etcétera. Pero el cubano que también llevo dentro me susurraba que el señor era amable y simplemente me quería ayudar. Partimos por el centro de la calle, porque casi no había aceras.

Le conté lo que hago por acá, y el me narró la historia de su vida. Resumiendo, una vida con poca plata, una vida de conserje de una comunidad de casas en La Reina Alta. Me preguntó cómo se vive en el extranjero. Le conté varias cosas, no importa mucho qué. Pero cuando le hablaba, el hombre se paró y me dijo: “Tengo una invitación de mi hermano que vive en Atlanta. Pero te lo juro hueón, que no soy capaz de dejar esta tierra chilena, te prometo que me encanta mi tierra y que no me voy a ir de acá. De momento puedo alimentar mi familia en ésta tierra.”

En el bus que iba rumbo al centro me puse a pensar lo que me dijo Óscar, como se llamaba el hombre. “Tierra, tierra…” ¿Por qué no utilizó la palabra “país”? Ahí me di cuenta de que los chilenos han desarrollado un tipo de solidaridad peculiar que difiere de otras naciones que conozco.

Los españoles tienen a su Familia Real y siempre piden cerveza española cuando pueden elegir entre una checa o alemana. Y ahora con la Copa del Mundo son más solidarios que nunca: trabajé con una catalana que descolgaba la bandera española exactamente en el minuto 90 de los partidos de su selección. Antes ni la ponía. Los bangladeshíes que conocí se quejaban de su tierra en cada ocasión. Tenían motivo: son 170 millones compartiendo una superficie como la de Uruguay y viven a menos de 10 metros sobre el nivel del mar, lo que significa inundaciones cada seis meses. Su solidaridad consiste en ayudarse en tierra ajena.

En Cuba la solidaridad se impone con decretos del partido único y con la represión. Un pueblo comunista es solidario per sé. Pero no hay cubana o cubano que no esté orgulloso de la belleza de la isla y de una dudosa competencia geográfica e ideológica con las tierras del vecino del norte. El carácter insular del país, a su vez, constituye una maldición para estos que no quieren ser “solidarios” y quieren cambiar de tierra.

En Polonia la solidaridad tiene una dimensión más cultural que “de tierra”. Es un efecto de 123 años de ocupación e intentos de aniquilación cultural simultáneos por parte de los alemanes, rusos y austro-húngaros. Sin mencionar la II Guerra Mundial y luego 45 años del dictamen de Moscú. El polaco se siente solidario cuando el enemigo está a las puertas o cuando muere un personaje de gran autoridad. Un ejemplo: una semana después de la muerte de Juan Pablo II, según las estadísticas policíacas de Varsovia la delincuencia decayó un 60 por ciento. Claro está que la siguiente semana volvió a los niveles de siempre. Incluso el movimiento -nomen omen- Solidaridad perdió su encanto y se desmembró en cuatro años desde que cayó el Muro de Berlín.

Me pareció una paradoja muy brutal que un chileno puede amar tanto a su “tierra”, como el Óscar. La misma “tierra” que de vez en cuando se traga su vida o su casa.

La solidaridad chilena tiene algo del mito de Sísifo, porque para avanzar tienen unos ricos yacimientos de fe en progresar. Me lo dicen los testimonios del terremoto del 27F, me lo transmite el apoyo para los 33 mineros enterrados, me lo cuentan mis amigos chilenos en Madrid que nunca se quejaron de la “tierra chilena”. El chileno no es solidario socialmente, eso se refleja en vuestro índice de desigualdad. La solidaridad a la que me refiero es más bien un estado de mente vinculado a la “tierra”, que tiene que ver con el fatalismo de estar constantemente ante la posibilidad de que mañana puede venir un temblor que se trague todo. Estoy lleno de admiración para esta peculiar solidaridad que es necesaria cuando la tierra chilena ama y odia con la misma intensidad.
 

Endy Gesina-Torres.

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