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OPINIÓN | Nombres viajeros de ciudades del sur

El nombre de un territorio dice mucho más que una mera denominación. Por Alvaro Peralta Artigas.

OPINIÓN | Nombres viajeros de ciudades del sur
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En el sur hay nombres de ciudades, pueblos y villorrios que, para ese trio inseparable del ser chileno – sentidos, razón y espíritu – no sólo airean conciencia de pertenencia y amor al terruño, sino  también significados reveladores e imágenes que viven y evocan, constituyendo verdaderos «nombres luces» que alumbran la cultura de este lado del mundo.    

La lista es larga. Sólo bastan algunas muestras para reconocerlos y admirarlos: Curarrehue es «Altar de Piedra»; Talcahuano significa «Cielo Tronador»;  Tucapel, «Barro Aprisionado»; Arauco, «Agua Gredosa»; Carelmapu significa «Tierra Verde»; Pitrufquen es «Lugar de Cenizas»; Melipeuco es «Encuentro de Cuatro Aguas»; Chiguayante, «Sol entre la Neblina» ; Calbuco es «Agua Azul».

Nombres que, por vivir y encantar tiempos de las generaciones de ayer y hoy, reconocemos como verdaderos embajadores de la cultura. Invitan a la comunicación y al diálogo. A ese ir en contemplación, en júbilo del lenguaje, en traducción reveladora desde el mapudungun al castellano, encantándonos con esa cosmovisión de la cultura  mapuche sobre la naturaleza y las cosas. 

Son significados intensos en pasado y presente que nos hablan de algo esencial: dar vida cultural a comunidades humanas que vienen y van por el tiempo, amalgamando el yo, el  tú, el nosotros y el más allá, revelándonos latidos humanos, emociones y nostalgias, como esas que encontramos en la voz de Jorge Telllier, poeta del sur, cuando en «Los Trenes de la Noche» dice que «los pueblos se arremolinan en mi memoria/ como páginas de un libro viejo arrancadas por/ una ventolera/:/Renaico, Lolenco, Mininco, Las Viñas, Púa, Quillén y Lautaro».

Basta ir por sus imágenes para adentrarnos en mundos humanos recios y soñadores, participando en sus sueños, dolores y superaciones. En sus valores de justicia y dignidad. Son, por lo tanto, verdaderos nombres viajeros, que tienen el don de revelarnos y educarnos en ese tejido sensible de la construcción del tiempo en diferentes lugares y espacios del sur de Chile.

Contemplar lo que esos nombres luminosos revelan, nos sitúa en un acto cultural imprescindible para poder recrear el pasado en su significación del presente. Es lo que Jorge Millas, en su Prólogo «Ver» al libro «En Defensa de la Tierra» de Luis Oyarzún, destaca como la «Pasión de Ver».


El Sur también existe, por Álvaro Peralta Artigas: : Abogado y escritor. Magister en Derecho Universidad de Chile. Autor, entre otros libros: «Duro de Matar. Diálogos con Camilo Escalona»; «Entre Fuego Cruzado. Diálogos con Andrés Allamand»; «Hombre de Estado. Diálogos con J. Miguel Insulza» y «El Sueño Existe. Diálogos con Guillermo Teillier».

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