Murió Jean-Luc Nancy, el filósofo francés que alertó sobre la globalización y nacionalismo
El autor de libros como "La comunidad inoperante" y "La representación prohibida" falleció a los 81 años.
Murió Jean-Luc Nancy, filósofo y destacado pensador contemporáneo
La cultura está de luto: el filósofo francés Jean-Luc Nancy, uno de los pensadores más influyentes de la actualidad, falleció a los 81 años, según lo informado por el medio galo Le Monde.
En su trayectoria destacan sus indagaciones sobre globalización, nacionalismos y modernidad y que condensó en obras como «La comunidad inoperante» o «La representación prohibida».
Asimismo, fue discípulo y amigo de Jacques Derrida. Nació en Burdeos en 1940 y comenzó a publicar sus primeros trabajos a principios de los años setenta, partiendo de la reflexión de Jacques Lacan sobre el psicoanálisis y la filosofía de Kant y Heidegger.
Su obra filosófica abordó un campo amplio que abarcó desde el romanticismo y la filosofía del arte hasta el fin del sentido y la reflexión sobre el cuerpo.
El filósofo fue considerado uno de los pensadores más influyentes de su país, por su forma de reflexionar alrededor de la globalización, la democracia, ideologías y sobre todo el significado de la palabra comunidad.
La obra más conocida de Jean-Luc Nancy fue «La comunidad inoperante», en la que planteó una teoría de la comunidad como «resistencia a la inmanencia», un ser que se opone a los intentos voluntarios de moldearla según un proyecto o una planificación.
“Si ya no sabemos qué es democracia, significa que esta palabra ya no tiene sentido. Sabemos que son el estado de derecho, los derechos humanos, las libertades fundamentales, el principio de igualdad… pero democracia significaba otra cosa: una sociedad donde estas definiciones formales son reales y donde el poder es capaz de aplicarlas para el pueblo y por el pueblo”, escribió hace algunos años.
Pese a todos sus logros y publicaciones realizadas, para el filósofo la pandemia significó la caída del dogma de la infalibilidad occidental y al mismo tiempo, el avance de una patología construida por la mundialización. Producto de los desplazamientos, intercambios, interacciones humanas aceleradas por mediaciones tecnológicas y fronteras flexibles, que dan al flagelo el cariz de «un virus demasiado humano, activo, belicoso y eficaz».